José María Pemán: Siluetas literarias
Edición de J. Lamillar
Caja San Fernando, Sevilla, 2006
Juan Lamillar [Com.] El legado Pemán (Exposición bibliográfica)
Caja San Fernando, Sevilla, 2006
Después de otros trabajos editoriales —por ejemplo, una excelente biografía de Romero Murube—, el poeta Juan Lamillar ha editado Siluetas literarias y El legado Pemán, dos obras que se complementan y que nos devuelven la imagen de un escritor que gozó de gran fama en vida —los cazadores de autógrafos lo felicitaban incluso por obras que no había escrito— y cuya estrella declinó hace ya tiempo. Se trata de José María Pemán (Cádiz, 1897-1981), un autor prolífico y de producción variada, pues tocó muchos géneros (poesía, teatro, ensayo, oratoria, artículo periodístico…); pero que cometió un grave error, uno de esos errores que deslucen una biografía: apuntarse al bando equivocado en la guerra civil y ser luego, como aquel sonriente ministro egabrense, uno de los rostros amables del régimen franquista. De nada le sirvió su talante liberal ni su espíritu conciliador ni su apuesta por la restauración monárquica. Pemán había ganado una guerra y por eso perdió —como escribe Trapiello y cita Lamillar— los manuales de literatura. Mientras que a otros se les reían como gracias sus loas al camarada Stalin, a él nunca se le perdonó que hubiese escrito el “Poema de la Bestia y el Ángel”.
Otros de los datos que apunta Lamillar en el prólogo a Siluetas… agravan más aún el error de Pemán. Así, que fuera poeta de “peligrosa facilidad”; o que su teatro gozase del aplauso del público —cien mil ejemplares se vendieron de El divino impaciente en un país donde no se leía mucho, y menos aún, teatro—; o, en fin, que escribiera miles de artículos periodísticos. “Un artículo es siempre un exceso”, llegaría a afirmar una vez que definió el género que dominaba con singular maestría, cosa que siempre le han reconocido otras figuras de dicho arte, caso de Umbral. Siluetas literarias es sobre todo una atinada selección de sus “excesos”. Y aquí radica el acierto del editor literario: rescatar al Pemán más rescatable, pero de una manera nueva, pues no son pocas las selecciones de sus artículos. Esta reúne semblanzas de escritores a las que se añade una sección monográfica dedicada al músico Falla.
La mirada que lanza Pemán sobre sus colegas de oficio es, por lo general, admirativa, sincera, puede que incluso honrada cuando comete algún que otro exceso —sin comillas aquí—. Por ejemplo, afirmar que la muerte de Lorca “fue un episodio vil y desgraciado, totalmente ajeno a toda responsabilidad de iniciativa oficial”. El “perfil enjuto” de Azorín, la bondad de Unamuno, la imagen de Baroja (“todo un mundo visto desde una intimidad”) van sumando pinceladas magistrales que culminan en fragmentos de alta calidad. Así, el apunte sobre las manos de Manuel Machado, “manchadas más de la tinta de versos que de expedientes, y doradas por la nicotina de los aburrimientos burocráticos”; o el consagrado a Eugenio d’Ors, del que asegura “fue la máxima cantidad de clasicismo y europeísmo que puede tolerar la mente carpetovetónica”; o el que dedica a Cela tras la publicación de Mrs. Caldwell habla con su hijo: “Tú eres una especie de energúmeno galaico, mordaz y valleinclanesco”.
También hay lugar en esta selección de siluetas para los escritores extranjeros, a quienes Pemán demuestra haber leído bien. Claudel, Montherlant, H. G. Wells, Eliot y otros desfilan por estas páginas entre las que destaca una pieza muy original: el diálogo entre las almas de seres tan opuestos como Balzac y Valéry, un diálogo dramático que está definiendo al autor teatral. En “Gide anticipa su necrología”, Pemán se hace eco de los “pavorosos funerales de repudio y malhumor” con que los franceses despiden al agudo polemista, autor del Diario. Y, en fin, destaca la semblanza de Cocteau, “superviviente de la ilusión, la fantasía, la aristocracia y la ingenuidad”, horrorizado al descubrir un anuncio de Coca-Cola en el barrio de Santa Cruz durante un paseo por Sevilla.
Acaso eche en falta el lector curioso que se acerque a este volumen las socorridas referencias hemerográficas que hubieran contextualizado cabalmente las piezas seleccionadas. Sin embargo, dicha carencia se ve más que compensada con el segundo libro que aquí se reseña: el catálogo de la exposición bibliográfica que sirve de complemento a las Siluetas literarias. Lamillar, comisario de dicha exposición y editor del catálogo, presenta la imagen de Pemán en su biblioteca: rodeado de los libros que reunió en su larga vida —unos dieciséis mil volúmenes—, solo, ensimismado. No es fácil reconocer en ese hombre, mayor ya, al “príncipe de la elocuencia castellana” que causaba admiración por el “galope desbocado de su bético potro verbal”. Parece otro: el Pemán más íntimo. Quién sabe si saboreando ya la acometida de cualquier nuevo “exceso”.
Alfonso Sánchez Rodríguez