Autor: 2 septiembre 2007

Emilio Martínez Mata

En su reciente discurso de agradecimiento por el premio que lleva el nombre de nuestro escritor más universal, Antonio Gamoneda convirtió la idea de la cultura de la pobreza de Cervantes en el eje vertebrador de su intervención. Se apoyaba para ello en un tópico muy extendido, que tiene su primer cultivador en el propio novelista y que resurgiría en el siglo xviii.

Los biógrafos de Cervantes están de acuerdo en una vida ajetreada y, fracasado su proyecto de vivir de la literatura (es decir, del teatro) por el triunfo de Lope de Vega, en la necesidad de desempeñar diversas ocupaciones para sacar adelante a su familia. Algunas de ellas, como las de comisario de abastos y recaudador de impuestos, se presumen con seguridad bien ingratas. Desconocemos su nivel de ingresos, pero, por un lado, su amplísima cultura literaria (para lo que necesitaría tener a su alcance un buen número de libros aun cuando no resultaría imprescindible la propiedad de los mismos) y, por otro, los tratos con un comerciante genovés y un financiero portugués durante su estancia en Valladolid nos plantean incógnitas sobre sus ingresos y sobre la índole de sus ocupaciones (aumentadas por las palabras con las que se refiere a él su hermana Andrea: «Un hombre que escribe e trata negocios»).

El primero en hablar de su pobreza será el propio Cervantes, aunque en tono irónico y en un lugar sin duda interesado: en la dedicatoria al conde de Lemos de la segunda parte del Quijote. En ella rechaza la supuesta invitación del emperador de la China a dirigir un colegio, donde se enseñaría el español con su obra, porque está enfermo y no tiene medios de afrontar los gastos del viaje al no haberle adelantado las costas («estoy muy sin dineros»), en lo que parece más una solicitud encubierta a su protector que una declaración. El mismo carácter tiene la afirmación general que efectúa en el prólogo de la segunda parte del Quijote, en alusión a los beneficios que obtiene de sus protectores, el de Lemos y el arzobispo de Toledo: «La honra puédela tener el pobre […]; pero como la virtud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes y resquicios de la estrecheza, viene a ser estimada de los altos y nobles espíritus, y, por el consiguiente, favorecida». Más explícito resulta Márquez Torres en su aprobación de la segunda parte del Quijote (si no es cosa del propio Cervantes, como se piensa desde que Mayans lo sugiriera), al referir a los caballeros franceses que se interesan por el autor: «Halleme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre […] Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo». En todas estas ocasiones, aludir a su pobreza puede interpretarse como una forma de exculpación ante el lector de una acusación implícita para cualquier escritor que publica la segunda parte de una obra con buena acogida editorial: la de hacerlo para sacar provecho económico del éxito de la primera (a lo que se ­había referido Avellaneda).

La biografía de Cervantes de Mayans, elaborada con los únicos datos que pueden extraerse de su obra, desarrollará una imagen sintetizada en dos rasgos: juventud heroica por su comportamiento valeroso en Lepanto y en Argel, pobreza e incomprensión en la madurez. Esta imagen, desarrollada interesadamente por Mayans (que se identificaba en el rechazo que él mismo percibía en el ámbito de la corte), adquirirá una gran difusión, primeramente en Inglaterra y después en Francia y Alemania, con el extraordinario éxito de la biografía de Mayans, traducida enseguida al francés y al inglés y reeditada en numerosas ocasiones precediendo al texto del Quijote. En España, desarrollará esa línea Vicente de los Ríos en su biografía de Cervantes para la edición del Quijote con la que la Real Academia emulaba las lujosas ediciones inglesas: «Este ilustre escritor digno de mejor siglo […] vivió pobre, despreciado y miserable en medio de la misma nación que ilustró en la paz con sus obras». La idea sería recogida por los demás biógrafos, convirtiéndose en un tópico ya ineludible.

Pero lo que sin duda mejor caracteriza a Cervantes es su actitud ante la adversidad. En el prólogo a las Novelas ejemplares formula, refiriéndose a su cautiverio en Argel, la frase que mejor compendia esa actitud: «Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades».

Como es bien sabido, con anterioridad había sufrido las graves heridas de Lepanto, con consecuencias físicas para el resto de su vida y un largo periodo en el hospital de Mesina en circunstancias penosas (a pesar de que nunca se referirá a ellas, conocemos el abandono y las malas condiciones del hospital). Pero no cabe duda de que su experiencia más dura fue el cautiverio en Argel, donde la muerte o la tortura se convertían en castigo ­habitual para los prisioneros. Como las cartas de recomendación que llevaba en su poder presuponían una situación social digna de un elevado rescate, Cervantes será torturado («aherrojado y cargado de hierros y con guardias, siendo vejado y molestado», en testimonio de un compañero de cautiverio) para estimularle a pagar su rescate («por salir de tener y pasar mala y estrecha vida»). Los crueles castigos a los que pretenden escapar no le desaniman, llevando a cabo hasta cuatro intentos de fuga. Los testimonios de Argel nos revelan, además, cómo era apreciado por gentes de muy diferente condición: «Todos holgaban de tratar y comunicar con él, admitiéndole por amigo así los padres redentores como los demás cristianos caballeros, capitanes, religiosos, soldados», de modo que «es querido, amado y estimado de todos [los mencionados anteriormente]», y no solo por ellos, porque «las demás gentes de comunidad lo quieren y aman y desean, por ser de su cosecha amigable y noble, y llano con todo el mundo».

Las dificultades no terminarían con el rescate, conseguido justo antes de su traslado a Constantinopla. De nuevo en España, Cervantes no logra el apoyo que esperaba, tiene que enfrentarse a dificultades de orden familiar e, incluso, a nuevos encarcelamientos. Aunque nada de ello superaría las penalidades del cautiverio de Argel (tratadas de un modo idealizado en el relato del cautivo en el Quijote), la vida de Cervantes seguiría asociada a las dificultades.

Tenemos pocas certezas sobre su nivel de ingresos a lo largo de una vida que se presume sobresaltada en el terreno económico; disponemos, en cambio, de testimonios bien explícitos sobre la dignidad con la que se comporta en las más adversas circunstancias y, lo que es si cabe más admirable, la confianza indesmayable en un futuro mejor que le lleva a no decaer en sus empeños pese a las insalvables dificultades. Si se sentía orgulloso de haber dado con el Quijote entretenimiento «al pecho melancólico y mohíno», dará una imagen de sí mismo en el prólogo al Persiles, a las puertas ya de la muerte, como «escritor alegre», a la vez que se despide de la vida de un modo conmovedoramente optimista (en una evocación de su poeta predilecto, Garcilaso de la Vega): «Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida».

Los infortunados sucesos que padeció a lo largo de su vida no solo tienen como resultado la frecuencia con la que Cervantes retorna en su obra al cautiverio de Argel («donde aprendió a tener paciencia en las adversidades»), sino que también modificarían su actitud ante la vida. Frente a las visiones simplistas, fue capaz de reconocer que las motivaciones de las personas son complejas y la realidad encubre diferentes caras. Así, don Quijote hará una afirmación con la que pretende exculpar los episodios en los que sale malparado, pero que revela una actitud indulgente hacia las debilidades: «No hay historia humana en el mundo que no tenga sus altibajos […] A fe que no fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulises como le describe Homero».

La raíz de una obra que revela tal nivel de empatía habría que buscarla, más que en la pobreza, en las adversidades padecidas: la variedad de experiencias y las situaciones extremas vividas habrían dotado a Cervantes de una poco común capacidad de comprensión de la fragilidad de la condición humana.


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