Autor: 9 enero 2008

Fernando Ampuero: Puta linda

Salto de Página Madrid, 2007

Pocos temas tan manoseados en literatura como el de la prostitución femenina. Esta novela de Fernando Ampuero, que trata sobre el primer proyecto de novela de un joven que trata de abrirse camino profesionalmente como escritor, parte precisamente de una conversación entre el protagonista y su mejor amigo en el que analizan la pertinencia de realizar una novela sobre la que él denomina una puta linda. Tal vez resulten innecesarias estas veladas disculpas, esta consulta al lector, por utilizar una materia narrativa tan socorrida, o, como reflexiona Luis Alberto, el protagonista, por abordar un terreno «lleno de tópicos desde el punto de vista narrativo», «minado». Innecesarias sobre todo en una novela tan breve. Dejando a un lado el talento literario de que pueda hacer gala un escritor para ir sorteando esas «minas» que llenan un determinado lugar —París, Nueva York, Venecia—, un determinado tema —la prostitución, el amor, un conflicto histórico como la guerra civil española o la II Guerra Mundial—, la aplicación de determinada técnica —Deus ex machina, estructura circular, manuscrito hallado— o un tipo preciso de personaje —un detective, un mayordomo, una prostituta—, todos estos tópicos tienen hoy una pléyade de nuevos puntos brillantes, creados por la civilización, por las transformaciones históricas, económicas y culturales, para explotar por el escritor intrépido y avispado. Por lo tanto, en lo relativo a este dilema inicial, considero que Fernando Ampuero es un escritor intrépido, aunque haya optado por la cautela de exponer al lector sus razones.

Noemí es la puta linda que le cuenta al protagonista la historia de su vida, a cambio de los cuarenta soles que les cobra a sus clientes por ejercer el oficio, material que el protagonista recopila minuciosamente para escribir su novela. El recuerdo de su familia y de los lugares que le rodearon durante la adolescencia, la manera en que comenzó a ejercer como prostituta, la progresiva prosperidad que asalta a Noemí desde que Luis Alberto empieza a visitarla —vinculada secretamente con la situación política del Perú de Fujimori—, constituyen algunas de las joyas que se esparcen a lo largo de la novela, a la que hay que agradecer la templanza, virtud lograda desde un punto de vista estilístico a través de la sencillez, la brevedad y algunas imágenes de belleza indiscutible: «Noemí, en fin, era endiabladamente guapa. Tenía los ojos negros como el pecado y la boca tan grande como la injusticia del mundo». O con partes de factura tierna y despiadada, o personajes inolvidables, con una vocación de realidad directamente proporcional a su paso fugaz por el mundo de la novela.

Esta novela, en la que pudiera echarse en falta un final menos atado de la historia, una valentía aún mayor en lo relativo a la sugerencia —esa manipulación de magia blanca encaminada a la incertidumbre y a la participación imaginativa del lector—, posee, sin embargo, fracturas emocionales precisas que la convierten en algo vivo e imprevisible, fresco y nuevo. Una lectura grata y ligera que nos introduce en un mundo cuyos oscuros ecos, como sucede con todos los temas que se abordan literariamente, solo alcanzan su verdadera y trágica amplitud en la realidad. Un autor a tener en cuenta dentro de una nómina de nuevos autores, no solo peruanos, sino latinoamericanos, que son una alternativa para que lo que sigue al boom deje de ir precedido por un post-, y una oportunidad, a su vez, de que se revaloricen los autores americanos por debajo de la frontera de Estados Unidos.

Alejandra Sirvent


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