Luis García Montero: Vista cansada
Visor, Madrid, 2008
Vista cansada, el último libro de Luis García Montero, es el segundo título que se publica bajo el sello de Palabra de Honor, la nueva colección poética de Visor. La andadura editorial se ha inaugurado con Mundar, de Juan Gelman, y el libro que ahora nos ocupa. Ambos suponen, al mismo tiempo, un balance y una inflexión en la trayectoria de sus respectivos autores. En ese sentido, Vista cansada constituye una summa vitae contemplada desde el horizonte de la madurez, pero también indaga en otros territorios que enriquecen el universo figurativo del escritor. Las seis partes del libro aportan una mirada sobre los espejismos de la primera persona, en un recorrido que abarca desde la genealogía del sujeto hasta las incertidumbres del presente: «Preguntas», «Infancia», «La ciudad que no quiso ser palacio», «Segundo tiempo», «Punto y seguido (Habitación con vistas a tu cuerpo)» y «Vista cansada». Sin embargo, estas divisiones no establecen una ruptura en el discurso, sino que proponen niveles de lectura complementarios. De este modo, las piezas que componen el puzzle se articulan en torno a diversas preocupaciones recurrentes.
La lectura de Vista cansada requiere que nos adentremos en el movedizo espacio de la autobiografía. García Montero manifiesta una vocación introspectiva que aspira a reconstruir los fragmentos de la propia identidad. El regreso al origen del recuerdo, como ocurría en el Alberti de Retornos de lo vivo lejano, proyecta en las páginas del granadino un complejo inventario de rituales infantiles. Aquí se dan cita la evocación de tintes machadianos («Infancia»), las lecciones pretéritas («Un idioma»), el aprendizaje de la escritura («Primeros versos»), las trampas de la memoria («Asientos reservados»), o las formas de una cotidianidad que adquiere plenitud en su valoración retrospectiva («Domingos por la tarde», que mezcla el lenguaje del fútbol y el del amor). Poco a poco, los recuerdos del pasado se sustituyen por otras facetas autobiográficas, como la conciencia del transcurso del tiempo o el anhelo de una posteridad muy distinta a la tercera vía de la fama y a los emblemas de la inmortalidad. Los disfraces del yo se abren al ámbito doméstico en los retratos de familia «Coronel García» y «Madre», dos semblanzas que remiten al entorno compartido de «Unas cartas de amor» (Habitaciones separadas). El emotivo «Los hijos» completa el álbum familiar y dota de congruencia al conjunto. Junto con los textos centrados en el recinto de la intimidad, destacan los homenajes a poetas admirados: Lorca en «Huerta de San Vicente», un Alberti legendario y humano en «Rafael Alberti» y un maestro llamado Jaime Gil de Biedma en «Jaime». En esta dirección ha de leerse «Defensa de aquella amistad», una reunión de antiguos amigos donde se intercalan los principales nombres de la otra sentimentalidad.
Pero Vista cansada puede verse igualmente como un libro de viajes, un itinerario guiado por las cartografías que el lector reconoce como propiedad colectiva, ya sea la calle Lepanto de «Preguntas cruzadas» o la Granada luminosa de «Ciudad nativa», que se cierra con una metáfora de ecos creacionistas: «Hay recuerdos y árboles forzados a crecer / con la madera deshojada / de un lápiz de colores». El recorrido se completa con los paseos de adolescencia y juventud por el Café Español, la Universidad o la casa en ruinas que no pudo ser la casa del amor («Primer amor» y «Casas antiguas»). En algunos poemas se ofertan viajes por un Nueva York tamizado a través de Lorca, un Madrid lírico y nocturno o un Colliure que une los nombres de Ángel González y de Antonio Machado. Y si «Las ciudades» nos recuerda que todas las ciudades desembocan «sobre los ríos de Granada», otras composiciones insisten en la continuidad de los paisajes más allá del tiempo y el espacio: las playas en «Mar Muerto», los mercados en «Recuerdo de los mercados», los aeropuertos en «Maletas perdidas» y los hoteles en «Habitaciones».
La meditación sobre los aspectos anteriores lleva a interpretar Vista cansada como un tratado de historia contemporánea, que combina la Historia en mayúscula con la intrahistoria de un personaje particular. Así se observa en «1958», un poema de aniversario que incluye una reflexión pertinente sobre el peso simbólico de las fechas. El mismo espíritu anima «Las comparaciones no son odiosas» y «Compromiso». El primero acomoda la ilusión de la geografía «a la historia personal». Por su parte, el inventario cromático que despliega «Compromiso» prefiere incorporarse a la experiencia del sujeto antes que encarnarse en «el color de una bandera». Algunos poemas reivindican una visión de la ideología ligada al amor y a la amistad («Defensa de la política», «Democracia»), aunque no eluden un eventual matiz de amargura («Democracia dos»). La práctica de la poesía se revela aquí como un aprendizaje de la decepción en una sociedad que ignora que «la vida no es un sueño».
Finalmente, Vista cansada es un libro de amor. Ya sabemos que el amor, en García Montero, es el detonante de la alteridad. La transferencia entre amado y amada se produce en «Parecidos», «No sé viajar sin ti» y «Aniversario (2004)», donde se lee: «dejando de ser yo / para llamarme con tu nombre». El tema del doble protagoniza «Nuevas confesiones», un diálogo ubicado «cuando yo no era el mismo», y «Pesadilla», que presagia la inquietud ante el viaje definitivo: «Es que ahora / ya no somos nosotros». En ocasiones, el motivo amoroso se tiñe de ironía, como sucede en «Mi futuro y Heráclito», cuyo corolario sentencia: «Nadie besa dos veces / a la misma mujer». En otros casos, como en «La legitimidad del sol nevado», García Montero acaba por darle la razón a Lope: «Quien lo probó lo sabe». El desdoblamiento subjetivo anunciado en estos poemas encuentra nuevos cauces en «El profesor», un autorretrato en tercera persona, y «Las huellas», donde la memoria propia se confunde con la de «aquel tímido Luis» que guarda con el personaje la ficción de un mismo nombre.
Con todo, para comprender el sentido de Vista cansada, es necesario atender a la figura alegórica de «El caballero del otoño», custodio de la soledad que desempeña el papel que otras veces se ha desplazado a personajes histórico-literarios como Larra, Jovellanos o Don Quijote. Y, sobre todo, hay que tener en cuenta el poema-prólogo y la última composición del libro, pues en ellos se esboza el aspecto central del volumen: el tema de la duda, que surca «Dudas» y «Otras dudas». En Vista cansada, el autor evoluciona desde las interrogaciones encadenadas de «Preguntas a un lector futuro» hasta la firmeza de unas pocas convicciones en «Vista cansada», que da título al libro. En «Preguntas a un lector futuro», García Montero parece desconfiar de la lección de «La primavera de la esfinge», que clausuraba La intimidad de la serpiente. Si entonces el poeta se dirigía a un hipotético interlocutor, «Recuérdame, lector, / al doblar esta página», ahora se corrige a sí mismo: «Pero no me consuela, / si yo no puedo recordar la vida». Sin embargo, al final del ejercicio de rememoración que es Vista cansada, ese desconsuelo se transforma en una alentadora esperanza. García Montero nos invita «A estar aquí, / en una compartida soledad, / para ver lo que pasa / con nosotros». En un tiempo que ya no reclama conjurados, pero que aún exige cómplices, pocas invitaciones resultan tan atractivas para el lector.
Luis Bagué Quílez