Autor: 19 septiembre 2009

Rosario de Acuña
Obras reunidas, volúmenes III, IV y V. Edición de José Bolado
KRK, Oviedo, 2009

«Estima a los buenos, ama a los débiles, huye de los malos, pero no odies a nadie». «En la senda del honor y de la justicia está la vida, mas el camino extraviado conduce a la muerte». «Lee y aprovecha, ve e imita, reflexiona y trabaja, ocúpate siempre en el bien de tus hermanos y trabajarás para ti mismo». He aquí tres recomendaciones del código masónico que alumbran el pensamiento y la vida de Rosario de Acuña, hermana Hipatia, una de las figuras más atractivas de la literatura española del último cuarto del siglo xix. Figura que se va recuperando, como lo demuestran, aparte de sus reediciones, los artículos y estudios que suscita su obra desde hace treinta años. El más sobresaliente en esta labor de rescate es, sin ninguna duda, José Bolado, que ahora, por fin, ha podido dar cumplimiento a su sueño de realizar la edición de sus Obras Reunidas. Nadie podía haberlo hecho como José Bolado.

La primera dedicación de Acuña fue la poesía. El interés de su obra poética, a pesar de una correcta factura de los versos, es solo mediano. Tampoco fue notable la aceptación del público, puesto que el enorme éxito de Rienzi el Tribuno dejó en segundo lugar su faceta lírica, y eso que en aquella época a la mujer escritora casi se le permitía solo ser poeta, si bien haya alguna excepción tan significativa como la de Emilia Pardo Bazán.

Comienza su andadura poética con Ecos del alma, obra demasiado voluminosa y heterogénea. Hay elegías, como la que dedica a Gabriel García Tassara con ocasión de su fallecimiento, y en la que se advierte, como en otras composiciones del volumen, alguna influencia del propio Tassara; cantares, forma muy habitual en la época; sonetos, etcétera. En este libro de juventud ya demuestra una honda preocupación filosófica, y en especial una reflexión sobre la muerte.

Después de esta, produce dos obras mejores que la primera, Morirse a tiempo y Sentir y pensar, poemas narrativos que cuentan dos muertes por amor. Además de estos tres libros, publica muchos poemas en la prensa, que por primera vez se recogen en libro en el volumen V de estas Obras Reunidas.

En la lectura de su obra poética se ve claramente la evolución de su ideología. La propia autora, en carta a Ramón Chíes, dirá en 1884: «Lo que antes escribiese lo rechazo como nacido de una edad nebulosa, que tenía reminiscencias del candor y recuerdos (emocionales para la mujer) de la poesía mística. Parto desde mi Rienzi».

Dado el escaso índice de lectura en la España de la Restauración y la regular o buena asistencia de público a los teatros, es normal que la faceta más conocida en su tiempo de Rosario de Acuña fuera la teatral. Para mucha gente y a lo largo de toda su vida, la escritora madrileña fue la autora de Rienzi el Tribuno, su gran éxito popular y su primera obra para la escena. Estrenada en 1876, Rienzi simboliza la lucha por la libertad y la apuesta por los pobres; el pueblo, sin embargo, terminará por darle la espalda; además, el propio Rienzi, con el poder, se torna violento, soberbio, y tiene maneras despóticas y absolutistas. Escrita en versos endecasílabos y heptasílabos, resulta en algunos momentos un poco ampulosa para el gusto de hoy, pero no para el gusto de la época.

Al año siguiente estrena otro drama trágico, Amor a la patria, ardiente proclama de la defensa que el pueblo zaragozano hizo en la Guerra de la Independencia y homenaje en especial a las heroínas del tipo de Agustina de Aragón. Con Tribunales de venganza se cierra el ciclo de dramas históricos. Trata de la lucha de las germanías valencianas contra los privilegios de los nobles que amparan Carlos I y su camarilla de flamencos. Como en la obra anterior, aparece un rechazo al dominio extranjero y también la reivindicación del papel de la mujer. Estas tres primeras obras tienen como hilo común el ser alegatos a favor de la libertad y de la justicia y de amor por la patria.

El padre Juan es una de las obras más importantes de la literatura del librepensamiento, es una bandera. Plantea la disputa entre la razón y la superstición, la sinceridad y la hipocresía, el librepensamiento y el catolicismo. El librepensador construye hospital, escuela y asilo para elevar el nivel de vida de la aldea en todos los sentidos; el católico está roído por la envidia y el odio y su fanatismo llega a la violencia y al crimen. El fraile (padre Juan) pervierte la noción del bien y del mal, pervierte al pueblo. Y para exagerar más las tintas, el fraile resulta ser el verdadero padre del librepensador. Por su feroz anticlericalismo, la representación del drama fue prohibida al día siguiente del estreno.

El último estreno de Acuña fue La voz de la patria, que habla de amor a la patria, encarnado en el deber del soldado de defender su honor. Obra escrita con ocasión de un conflicto hispano-marroquí. Como colaboración de periódico, publicó la escena Una dama cristiana, en la que defiende que no debe promoverse en nombre de Cristo odios y guerras, sino amor y paz.

En el quehacer de Rosario de Acuña lo menos difundido fue su narrativa. No obstante, produjo piezas tan notables como las novelas cortas Melchor, Gaspar y Baltasar, Certamen de insectos y La casa de muñecas. La primera nos presenta las contradicciones entre las doctrinas que se defienden y las conductas que se adoptan. Se basa en tres estereotipos que responden a su voluntad pedagógica: el hipócrita católico lleno de vicios, el espiritualista soñador pero sibarita, y el científico materialista que al final percibe que no todo en la vida es función orgánica. En Certamen de insectos resalta el amor por el trabajo, y hace elogio de la sobriedad y la perseverancia, a la par que critica la vanidad y el lujo. En Casa de muñecas pondera el valor de la educación de los niños, aspecto social en el que siempre pusieron especial acento los librepensadores. Aquí, el orden racional de la casa simboliza el orden de la vida y, también, la conveniencia de que el hombre y la mujer reciban la misma educación y compartan las labores.

En los cuentos, como es natural, permanece la línea de pensamiento: amor a la Naturaleza, al trabajo, a la educación, y repulsa a la envidia, al oscurantismo, a la vanidad, a la soberbia, al lujo improductivo, al caciquismo. Del conjunto de cuentos destaca El secreto de la abuela Justa, una centenaria a la que, por su sintonía con la Naturaleza y su amor por los débiles, le es concedido el don de entender el lenguaje de los pájaros.

Los textos más importantes en defensa de la mujer se incluyeron en el volumen II de las Obras Reunidas, especialmente el artículo «La jarca de la Universidad» y la serie «Conversaciones femeninas». Ahora, en el volumen iii, podemos leer un texto bastante anterior, «Algo sobre la mujer», en el que recomienda a la mujer que se esfuerce lo más posible en adquirir instrucción, pues así es como llegará la verdadera equiparación al hombre: la inferioridad de la mujer es sólo inferioridad de educación. El amor a la humanidad entera es lo que aconseja el «Discurso en la logia Hijas del Progreso», que dirige Acuña a sus hermanas masonas. De igual intención, «El ateísmo en las escuelas neutras» postula que la educación de los niños debe ir encaminada a que aprendan a amar todo lo creado.

Eugenio Cobo


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