Autor: 21 marzo 2009

Lorenzo Plana
Desorden del amanecer
Pre-Textos, Valencia, 2008

Lorenzo Plana es ya un conocido de los lectores habituales de poesía contemporánea. Muchos le han leído en algunas de las antologías de poesía última de los años recientes, como las de Luis Antonio de Villena. Su obra, publicada en Pre-Textos y DVD, ha alcanzado cierta difusión. Incluye títulos como Extraño o La lenta construcción de la palabra. Catalán de Lleida, con vinculaciones con Cantabria, nacía en 1965 y daba sus primeros pasos como poeta en la excelente colección Dama Ginebra. Personalmente próximo a poetas como Lorenzo Oliván, Tomás Cano o Alberto Tesán, se ha dedicado a la hoy tan ingrata tarea de profesor de instituto.

Comienza este último poemario con una evocación de los años pasados, con la nostalgia por el tiempo perdido. Es esta una constante en su poesía, que no es ajena a la de sus compañeros de generación. Tal vez haya un tono demasiado abstracto en la poesía de Plana, que, no obstante, alcanza en el poema «Sólo yo» una dureza extrema. Asistimos a la pesadilla que atormenta una existencia, a la obsesión por el suicidio. No obstante, en el poema anterior, señala que «a menudo es el miedo / el que me ofrece ser feliz». No está ajena esta actitud a la que a veces observamos en poetas como Pelayo Fueyo. En cierta ocasión escuché a Lorenzo Plana recitar en voz alta un poema verdaderamente intenso, allá por 1996. Todos los presentes coincidían en que ahí latía la hondura de un poeta. Afortunadamente, asistimos a la poesía como salvación de esa desolación vital: «En un lugar minúsculo / —remanso tras el juicio y el orgasmo— / rompo ese hueco mínimo de euforia / y sostengo ante el sol cada palabra». Pese que al fin y al cabo, nos recuerde que en el dolor hay vida, en «El hombre cerrado», una pieza larga de las mejores de este libro.

Es en los poemas de cierta extensión en los que logra mayor intensidad, quizá por su mayor capacidad de desarrollo. Escuchamos en él voces ajenas, esa poesía que mezcla emoción y reflexión, pero que no se queda en la fría meditación de tanto pseudofilósofo al uso, más o menos trascendente. Lorenzo Plana no nos muestra el lado hermoso de la vida, sino el otro, su faz de pesadilla. Probablemente a muchos esto no les guste, como tampoco acaso la poesía de Jose Luis Piquero, por ejemplo. Pero bueno, tienen que convivir esos dos tipos de poesía, la optimista y la otra, la arraigada y la desarraigada, la de Dámaso Alonso y la de Luis Rosales.

El tiempo —ese antólogo frío, independiente y objetivo— irá poniendo en su sitio a los poetas de los últimos años. Todavía es pronto para ver con perspectiva el lugar de cada uno. ¿Cuál será el destino de la poesía de este autor? Eso nadie lo sabe. Lo que sí podemos decir es que la lectura de algunos de los poemas de este libro no es una pérdida de tiempo. Aunque nos haga enfrentarnos a nuestros propios fantasmas, a lo más duro que tiene la existencia humana.

Vicente García


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