María José Codes
Control remoto
Calambur, Madrid, 2008
Cuando las vidas, los lugares o las cosas se van vaciando de realidad, de utilidad o de sentido, se van al mismo tiempo llenando de fantasmas. Los fantasmas constituyen el último sortilegio del que la naturaleza en general y la naturaleza humana en particular se sirven para conjurar su horror al vacío. Uno de los fantasmas más difundidos en contra de ese horror es la creencia de que la tecnología proporciona capacidad de control sobre la realidad. La novela que aquí reseñamos, Control remoto, ópera prima de María José Codes (galardonada con el premio Río Manzanares 2008), constituye un lúcido mentís a tan divulgada superstición. Jana, protagonista y voz narradora del relato (y el nombre ya anticipa la actitud bifronte del personaje), mantiene desde hace siete años una relación con Martín, sustentada en la esperanza de que éste deje a su esposa, y acaso secretamente acomodada en la certeza de que tal cosa nunca ocurrirá. Movida por la curiosidad, el tedio o la necesidad de tomar algún tipo de iniciativa en su vida, ha entablado una relación amistosa con Elena, la esposa de su amante, que mantiene a espaldas de éste bajo el supuesto nombre de Luisa. El nódulo intersubjetivo de este triángulo constituye pues un engaño a tres bandas de cuyas implicaciones globales sólo Jana parece hallarse al corriente. Durante las vacaciones del matrimonio en Creta, Jana se comunica con ambos valiéndose de dos teléfonos móviles, uno para cada interlocutor, con los cuales piensa ejercer un control a distancia sobre su relación y sobre los seres que, de forma activa o pasiva, se hallan implicados en ella. Debido a este engaño tripartito, Jana cuenta, al menos sobre el papel, con la ventaja de que cada uno de sus interlocutores se comunicará con ella a espaldas del otro. Pero no prevé la circunstancia de que cuando uno se distancia para llamarla, el otro queda en una tesitura favorable para hacer lo mismo, lo cual provoca que a menudo las llamadas de su amante y de la esposa de este, rival y a la sazón segregada amiga, se produzcan de forma simultánea generando una enorme tensión en Jana, cuya excesiva vigilancia y obsesiva expectación le colocan de continuo en trance de quedar doblemente desenmascarada a los ojos de sus engañados interlocutores. Esta fisura en los planes de control de Jana dará lugar a situaciones de angustia e intriga y, en ocasiones, a escenas que rozan lo vodevilesco. Mensajes ambiguos que aluden a envíos previos transferidos al limbo; llamadas rechazadas o perdidas; fragmentos inconexos; ráfagas de conversación percibidas a través de aparatos que, hostilmente sumisos, se permiten todo tipo de iniciativas e insurgencias; revelaciones postergadas; interlocutores inesperados y versátiles silencios forman todo un complejo intersubjetivo cuya unidad se va alternativamente componiendo y descomponiendo, y al que Jana, colocada siempre en el borde, en la orla de la comunicación, desde la esperanza o la desesperación, trata obsesivamente de dar sentido.
La historia, sustentada en una trama rigurosa que nos arrastra embelesados hacia un desenlace sorpresivo, está narrada con una prosa ora sensual, ora fríamente fedataria, a veces obsesivamente especulativa, y amenizada por una intriga sutil que no desdeña los fuegos de diversión y los mecanismos trampa. La autora, a través de un despliegue de citas liminares, incorpora algunos referentes clásicos que, a lo largo de la narración, actúan como correlato. A la vez que perfila una serie de personajes secundarios, voces contrapuntísticas vertebradas en una misma fuga, que, como la propia Jana, se hallan acomodados en una suerte de espera sin esperanza, en una eterna víspera de la felicidad o de la desdicha, esa víspera irresoluble de la verdadera vida que constituye, al fin y al cabo, la esencia de la condición humana.
Pero al margen de la impecable ejecución de la obra, de todos sus recursos y amenidades y de su eficaz intriga sentimental, atisbamos en la conducta obsesiva y ritualizada de Jana una metáfora aterradora: la idea, a la que ya nos referimos al comienzo de esta nota, de lo ilusorio del poder que supuestamente nos proporciona la tecnología en un mundo en el que tal vez a no tardar resulte necesario impartir cursos para aprender a prescindir del teléfono o seminarios para enseñar a desesperados y perplejos autómatas a apagar el televisor. Y ese es, por encima de cualquier supuesta parábola sobre los infortunios de la infidelidad, el mensaje profundo de Control remoto, la manera personalísima con que María José Codes ilustra un hecho que no por obvio resulta menos inquietante: la creencia de que el medio tecnológico proporciona control sobre la realidad cuando en realidad es la tecnología la que nos controla a nosotros.
Francisco López Serrano