Sandra Petrignani: La escritora vive aquí
Siruela, Madrid, 2006
¿Por qué nos atraen tanto las vidas ajenas? Seguramente porque en el fondo y sin que nos pese, todos tenemos ese trocito de alma de portera que hace operativos y eficaces los más diversos cotilleos y da patente de corso al chismorreo generalizado. ¿Tiene sentido inmiscuirse en las intimidades más o menos miserables del escritor? ¿Hurgar en su vida personal, descuartizarlo, poner sobre el mostrador de la carnicería los motivos y particularidades privadas —muchas veces íntimas— que inspiraron tal o cual página? Seguramente no. Cualquier creador no es mejor ni peor por el hecho de haber pertenecido a las Waffen SS, por emborracharse, engolfarse un poco aquí y allá, llevar una vida disoluta o directamente promiscua, etcétera. Del mismo modo que no es ni mejor ni peor por sentarse ocho horas ante el escritorio a crear páginas inolvidables o unas hemorroides de caballo —o ambas cosas a la vez—. Para apreciar Hamlet no necesitamos saber quién fue Shakespeare, pero es tan tentador…