Miguel Sanfeliu
Cuando un autor muere, su obra se revaloriza. La muerte del autor conlleva el punto final para la obra. El escritor ya no escribirá más, así que, de pronto, hasta los textos que él había desechado o incluso los que no tuvo tiempo de concluir, adquieren un reconocimiento desmedido, una admiración reverencial. Esto tiene algo de morboso, hay que admitirlo, pero también alimenta la curiosidad sobre el autor fallecido y lo coloca de nuevo en primera línea de actualidad. Podríamos decir, rizando un poco el rizo, que es una forma de resurrección.
Uno de los últimos casos tiene como protagonista a Julio Cortázar. Al parecer, la primera mujer de Cortázar, Aurora Bernárdez, heredera universal y albacea de su obra, con la ayuda del crítico y escritor César Álvarez Garriga, seleccionaron los textos que había dejado el autor guardados en una vieja cómoda de su casa de París que, al parecer, no se había revisado aún. Textos que el propio Cortázar había escrito para sus libros Historias de cronopios y de famas, Libro de Manuel o Un tal Lucas, pero que había decidido no incluir en ellos; también poemas, relatos inéditos, artículos, discursos, crónicas, prosas dispersas… Todo un batiburrillo que se publica bajo el titulo de Papeles inesperados.