Francisca Aguirre: Nanas para dormir desperdicios
Hiperión, Madrid, 2007
Nadie que conozca un poco los entresijos de la vida literaria (¡curiosa expresión esta, la de vida literaria!) puede ignorar que la correlación calidad-dimensión pública es, con mucha frecuencia, puramente circunstancial, artificiosa. Y que en algunos (bastantes) casos, el silencio tampoco es un indicador fiable. Por otra parte, yo, particularmente, descreo de ese poder inmanente del tiempo como antólogo infalible. Me ha parecido siempre una idea sospechosa de raigambre metafísica. La inercia, además, tiene un poder que establece valores con carácter poco menos que hereditario: se sigue diciendo pues se ha dicho… En fin, pensando en el cacareo mediático y reduciendo la cuestión a términos coloquiales, convendría recordar una vez más aquello de que «ni son todos los que están ni están todos los que son». Francisca Aguirre, nacida en 1930, y a la que por cronología se podría integrar en la Generación del 50, ha sido durante muchos años una presencia silenciosa en la poesía española. No es ahora el momento de analizar las causas de esa invisibilidad, solo de celebrar que al fin, tras una labor discreta pero fértil, su nombre empieza a sonar, por derecho propio, como un valor firme en nuestras letras.