Martín López-Vega
En Notre-Dame han instalado, sustituyendo a los tradicionales confesionarios, un moderno “Centro de confesiones” que se parece más al despacho de un médico o de un abogado que a un tal confesionario. Hasta tiene un rótulo que anuncia (antes se hubiera podido decir reza, pero ahora ya no): “Dialogues. Confessions”, que parece el título de un moralista de esos que tanto abundan por estos pagos. Como uno no pertenece a la secta se queda con la curiosidad: ¿en lugar de indicar la penitencia, extenderán una receta?
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He pasado de nuevo por Gibert Jeune, que es, a mi modo de ver, el modelo de lo que deberían ser las librerías del mundo: libros nuevos y viejos apretados en amistosa compañía. Si acaso, añadiría tan solo una planta más con un café como los de las librerías Barnes & Noble de Nueva York, aunque aquí pondría una sucursal del café Le Luxembourg y el café sería otro, no mejor, no entremos ahora en discusiones sobre el café, pero sí más parisino.
He comprado algunos libros, entre ellos algunos de Claude Roy, un poeta y diarista que pensaba uno que cualquiera haría un favor descubriéndoselo a los españoles y que, a este paso, va a haber que descubrírselo también a los franceses. “La vida nunca termina sus frases”, dice. Habla también del viaje, y dice una cosa muy cuerda: “Lo que diferencia al viajero del turista es que el turista siempre anda echando pestes del turista”.