Felipe Benítez Reyes
Marcel Duchamp es en gran parte responsable de algo de lo que no es en absoluto culpable: el entendimiento del arte como una disciplina sujeta a la mera ocurrencia. Un entendimiento que ha propiciado la glorificación contemporánea de tantísima fruslería camuflada tras la pomposidad de un aparato retórico más o menos risible, más o menos rentable y más o menos rimbombante: el artista como teólogo de sí mismo.