Javier Vela
Apenas son las diez de la mañana cuando Uve pone los pies en la arena. Reconfortado por los primeros rayos solares, esparce una lúdica mirada a su alrededor. La marea está baja y la playa amanece silenciosa y desierta, así que Uve se instala sin problemas y acota mentalmente su parcela. Luego extiende una toalla de percal en la arena, se sienta en ella y mira al horizonte.
Hace algunos meses, Uve sorprendió a su ex mujer mientras metía en el bolso una caja de doce Gomitas del Amor. Ella apartó la vista y, de un respingo, soltó la caja y se encerró en el baño. Uve, alérgico al látex, tomó la caja y se quedó mirándola con gesto de entomólogo, haciéndola girar entre sus manos como un rompecabezas. Gomitas extra finas de sabor mentolado. Seguras y anatómicas, leyó irónicamente. Sonrió. Casi no recordaba la última vez que habían yacido juntos, y en todo caso ya no había remedio. Ella aplazó su cita y hablaron sin ambages acerca del hallazgo profiláctico. Entonces confesó. Dijo que lo sentía (entero, pensó Uve) y que ojalá las cosas no fueran tan difíciles. Uve no contestó. Cuando se separaron, ambos se despidieron de manera distante y educada, aunque no por ello menos bochornosa y definitiva.