Javier Fresán
A Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) le gusta hacer semblanzas. Me lo confiesa mientras comemos en el restaurante al que me invita, un gallego cercano a la Fundación Juan March, que dirige desde el año 2003. También yo intento retratarlo en medio de la animada conversación, y poco a poco se dibuja el perfil de un hombre apasionado, con una curiosidad desbordante. De vocación totalizadora, capaz de explorar las vidas paralelas de Goethe y Rosseau mientras sus hijos juegan a fútbol en el salón de casa. Quienes visiten la Fundación lo encontraran sentado en la primera fila del auditorio, con una carpeta en la mano. Me cuenta que es el capítulo o la conferencia en la que trabaja en ese momento; quiere tenerlos siempre cerca, un poco a modo de amuleto. Tras sus estudios de Filología clásica, se licenció en Derecho en sólo tres años y fue número uno en la oposición a Letrado del Consejo de Estado. «Un lugar maravilloso, al que sólo hay que ir los jueves, aunque se trabaja mucho más». Durante el resto de la semana, se doctoró en Filosofía y comenzó a escribir Imitación y experiencia (Pre-Textos, 2003; Crítica, 2005), primera piedra de un proyecto filosófico de largo alcance, que ya había vislumbrado durante su adolescencia. Con esta obra ganó el Premio Nacional de Ensayo, hecho más o menos insólito —recalcó la prensa— si consideramos que se trataba del primer libro de un filósofo de menos de cuarenta años, sin posición académica estable. Después vino Aquiles en el gineceo (Pre-Textos, 2007), una reflexión en clave mitológica sobre los estadios de la experiencia de la vida. Es precisamente este concepto, de cuya desatención filosófica se lamentaba Ortega, el que conduce una tetralogía de la que nos ofrecerá una nueva entrega, Ejemplaridad pública, en septiembre de este año.