Antonio Rivero Taravillo
Entre los celtas, la muerte siempre ha sido una realidad rayana con la vida, y ello no solo en ese brevísimo instante de intersección, el de la agonía, sino larga, interminablemente, mediante un doble envolvimiento de vida y muerte, arropándose ambas: esta en aquella, aquella en esta. La literatura irlandesa, la más rica de estos pueblos, es pródiga en dar muestras de ese maridaje desde época medieval, y solo limitándonos al siglo xx recordemos que lo hizo en Cré na Cille (Tierra del camposanto), libro inédito entre nosotros de Máirtín Ó Cadhain; en El tercer policía, de Flann O’Brien; o en el relato “Los muertos”, perteneciente al Dublineses de James Joyce.