Gianni Stuparich
La isla
Minúscula, Barcelona, 2008
El tema de la enfermedad recorre todas las edades de la literatura universal. Tanto así que la ósmosis ha dado lugar a una ubérrima exégesis en consonancia. Unas veces, los personajes enfermos fueron instrumentos narrativos para individualizar y recortar el mundo. Otras, por lo que la escritura tiene de catarsis, el trasfondo de la enfermedad sirvió de desaguadero de padecimientos personales: la epilepsia de Dostoievsky recayó más de una vez sobre sus personajes, el tormento que le infligía su tuberculosis llevó a Kafka hasta Gregorio Samsa y su fábula de alienación. En cualquier caso, el censo es largo y divergente e integraría a autores como Thomas Mann, Moliére, Tolstoi, Byron, Nietzsche, Allende, Cela, Baroja, Màrai, Pasternak, Onetti, Saramago o Philip Roth. España, siempre hiperbólica, aportó hace cuatro siglos a Alonso Quijano, el enfermo mental por excelencia de la ficción universal. De la cosecha nacional más reciente persisten en la memoria el desgarrador y sublime Mortal y rosa de Francisco Umbral; Con mi madre, de Soledad Puértolas, y La piedra en el corazón, de Luis Mateo Díez.