Julio José Ordovás
¿Qué escribo?
Estoy sentado a los pies de la catedral de Friburgo. Son las 18.20 h. de una muy agradable tarde de septiembre. Suenan las campanas de la catedral. Deben de tocar a misa, sí, porque cuando enmudecen, a los pocos minutos, empieza a sonar el órgano, señal de que ya ha comenzado la ceremonia. Qué fúnebre solemnidad la del órgano. Latín y cirios.
Mañana a estas horas estaré volando de vuelta a España. Volar, volver, volver volando, volar volviendo: el aburrido estribillo de siempre. No quisiera abandonar la ciudad alemana sin antes escribir algo sobre ella. Pero ¿qué escribo? ¿Que Friburgo viene a ser algo así como un Oviedo germano o como un San Sebastián sin mar? ¿Escribo sobre sus pequeños canales y sus enormes cuervos y sus numerosas joyerías y sus incontables bicicletas? ¿Escribo sobre la placidez en la que parecen transcurrir las vidas de sus habitantes? ¿Escribo sobre la Selva Negra, sobre el cerco majestuoso que la envuelve y aísla y protege? No, no es eso lo que quiero escribir sobre Friburgo. Entonces, ¿qué quiero escribir?