Fernando Pessoa: Diarios
Gadir, Madrid, 2008.
Tenemos motivos para intuir, después del tiempo transcurrido, que Pessoa debía pensar, para sus adentros, que la vida era un artilugio bien difícil de enhebrar. Él mismo viene, de algún modo, a justificar tal argumento, a tenor de lo que dejó escrito en su Diario el domingo 2 de marzo de 1913: «Escribí el principio de la carta a Pascoaes. Por la noche, dormí un poco después de cenar; más tarde leí un rato. No tuve casi ninguna idea. El día fue primaveral». Leído lo cual podemos deducir: prefiere tener argumentos suficientes y racionales, fundados, antes de concluir una carta a la deriva, sin implicación suficiente; procura poner el tiempo a su disposición, sin agobios. Duerme después de cenar, pero despierta y lee; la noche no supone el total de la noche dormida, una vez iniciada, sino que la trata como a un fragmento de vida. No dice, eso sí, qué es lo que leyó: nos resultaría orientativo. Dice que no ha tenido casi ninguna idea, lo que evidencia que sí ha tenido alguna, más al parecer no la juzga de momento importante. Y, sin embargo, es concluyente en la frase final (considerando que no escriba bajo el efecto de la ironía o la metáfora): el día fue primaveral; algo así como una aceptación implícita de su ser como fue, de su validez.