Emilio Martínez Mata
En su reciente discurso de agradecimiento por el premio que lleva el nombre de nuestro escritor más universal, Antonio Gamoneda convirtió la idea de la cultura de la pobreza de Cervantes en el eje vertebrador de su intervención. Se apoyaba para ello en un tópico muy extendido, que tiene su primer cultivador en el propio novelista y que resurgiría en el siglo xviii.
Los biógrafos de Cervantes están de acuerdo en una vida ajetreada y, fracasado su proyecto de vivir de la literatura (es decir, del teatro) por el triunfo de Lope de Vega, en la necesidad de desempeñar diversas ocupaciones para sacar adelante a su familia. Algunas de ellas, como las de comisario de abastos y recaudador de impuestos, se presumen con seguridad bien ingratas. Desconocemos su nivel de ingresos, pero, por un lado, su amplísima cultura literaria (para lo que necesitaría tener a su alcance un buen número de libros aun cuando no resultaría imprescindible la propiedad de los mismos) y, por otro, los tratos con un comerciante genovés y un financiero portugués durante su estancia en Valladolid nos plantean incógnitas sobre sus ingresos y sobre la índole de sus ocupaciones (aumentadas por las palabras con las que se refiere a él su hermana Andrea: «Un hombre que escribe e trata negocios»).