Eduardo Halfon
La culebra desapareció rápido bajo unos cojines. Maite inmediatamente se llevó a los tres niños al dormitorio principal, en el segundo piso, mientras Jorge, con su hierro nueve en las manos, se encerró en la salita —para que esta vez, según gritó desde adentro, no se le escapara— y empezó a tirar los cojines y a remover los muebles y a gruñir obscenidades. Arriba escuchaban los alaridos. Maite tenía en los brazos a Jorgito e intentaba calmarlo. Gaby hablaba del color pardo de la culebra, de su tamaño y posible veneno, de los sitios exactos donde la habían visto, de las razones por qué seguía metida en la casa después de tantos meses.
—Podría ser una cantil o quizás una coral —dijo—, cuyo veneno es muy parecido con el de las cobras. ¿Sabías tú eso, mami? Pero no creo que sea una coral. Es demasiado gordita.