Daniel Clowes: Ice Haven
Reservoir Books-Mondadori, 2006
En el Babelia del 3 de febrero, el dibujante Max resume con bastante ceguera que “la novela gráfica no es un género, es un formato”. Reducir las diferencias entre cuento y novela, balada y sinfonía, corto y largometraje, a sus distintas dimensiones es un error; negar que la extensión condiciona el género, también. Una obra bien conseguida debe acomodarse al tempo que exigen sus circunstancias o su estructura. Desde sus orígenes ha sufrido el cómic peligrosas influencias, tanto de los diversos medios en que se ha desarrollado como de los distintos públicos a los que se ha dirigido. Desde las comics-strips diarias, pasando por las sundays (páginas dominicales) y las recopilaciones en los comics-books hasta la más reciente novela gráfica, las sucesivas clasificaciones tienen como finalidad evidente ganar al mismo tiempo respetabilidad y mercados. Pero al igual que los folletines literarios modifican sus relaciones de clímax-anticlímax cuando cobran unidad, una mera recopilación de historietas está bastante lejos de lo que se espera de una auténtica novela gráfica. La velocidad que se le exige a una página autoconclusiva nada tiene que ver con la obligada intriga que debe generar cuando se espera una continuación en sucesivas entregas.