Mariano Arias
Hace siglos un monje benedictino descubrió un eficaz método para urdir ficciones y encandilar a los novicios y clérigos del monasterio. No le movía ningún interés mercantil, ni siquiera fraternal o de enriquecimiento espiritual personal. El monje, llamado fray Bartolomé, estaba encargado de las labores de consejero del abad y de formación en el solitario monasterio de Entrepeñas. Era hombre culto, joven en la Orden benedictina, bien considerado, riguroso en sus funciones y emprendedor en cuantas labores se le encomendaban. Disciplinado y estudioso, alegre y de espíritu jovial era además el mediador de la Orden con el exiguo mundo exterior que podían conocer los clérigos.