Claudio Magris: El infinito viajar. Traducción de Pilar García Colmenarejo
Anagrama, Barcelona, 2008
Nuestra época ha ido arrinconando al cuarto trastero de los géneros literarios el cuaderno de viaje por más que este cuenta con una vigorosa tradición a sus espaldas, tan longeva que en algunas latitudes llega incluso a emparejarse con las primeras andanzas literarias. Lo paradójico es que esa pérdida gradual de interés se está verificando en un momento en el que la mayor parte de la humanidad se somete periódicamente al rito del viaje, dando pie a un incremento notable de la cultura geográfica. Cabía suponer que tal divulgación de conocimientos iba a corresponderse con un aumento de la inquietud del lector por averiguar la sensibilidad con que otros se han aproximado a los mismos enclaves a los que hemos conseguido llegar, o bien por apreciar el singular ángulo visual con el que los viajeros que nos han precedido describieron tiempo atrás los mismos paisajes que también nosotros hemos tenido la suerte de poder contemplar más o menos intactos. Y sin embargo la sensación que se tiene al dar un vistazo a las listas de ventas de libros es la de que el género agoniza y que sólo en casos excepcionales la literatura de viajes logra acaparar la atención de unos pocos lectores fieles al género. Vivimos inmersos en una sociedad para la que la práctica turística es un rasgo distintivo al alcance de todos los bolsillos, y en cambio el viaje parece haber perdido relevancia como vía de conocimiento y de maduración intelectual del individuo. Tal vez para la mayor parte de nosotros la necesidad compulsiva de desplazarnos a otros lugares no constituya más que la necesaria dosis de nomadismo hedonístico que nos pide de vez en cuando el organismo: un banal principio activo al que cabe agregar, con la debida cautela, dosis edulcoradas de excipiente humanístico con el que dorar éticamente la píldora.