Lino González Veiguela
«República Autónoma Socialista de Komi, mil kilómetros al noroeste de Moscú. Taiga, pantanos y noche, noche blanca. Un tren pasa resoplando, serpenteando por la vía plateada. Era un tren viejo y conocía bien el camino. Transportaba a trabajadores búlgaros que viajaban a esta tierra inhóspita para intentar ganar algún dinero, o al menos eso creían». Así comienza la novela Hambre de perro (Texto Editores, 2006) del escritor búlgaro Christo Saprjanov, una obra que se inscribe en la tradición rusa de la literatura escrita sobre Siberia.
Estamos a mediados de la década de los ochenta. Las autoridades soviéticas ya no deportan a los disidentes al Gran Norte, pero como se sigue necesitando mano de obra esta es reclutada en las repúblicas más pobres del Imperio Soviético. Saprjanov fue uno de los miles de búlgaros que voluntariamente decidieron abandonar su tierra en busca de un salario que nunca hubiesen podido ganar en su patria.