En las quebradizas páginas de los viejos periódicos se conserva, mejor que en ninguna otra parte, el rostro del presente. Asomarse a ellas es subirse a la máquina del tiempo, dejar de lado las deliberadas o involuntarias deformaciones de la historia. Una mañana de noviembre de 1912, mientras contemplaba el escaparate de una librería, fue asesinado José Canalejas, presidente del Consejo. No había entonces Internet, ni televisión, ni siquiera radio, pero a las pocas horas ya los diarios ponían en las atónitas manos de los madrileños los principales pormenores de la tragedia. Sucesivas ediciones irían añadiendo nuevos detalles. La crónica del Heraldo de Madrid, una anónima obra maestra del periodismo informativo, mantiene intacta toda la desasosegante emoción de aquellos instantes. Ninguna reconstrucción literaria podría igualarla en intensidad.