Antonio Rivero Taravillo
También ellas, como Amsterdam, cautivan con sus canales al viajero. Llegué a la primera, en tren, desde la capital de Holanda, y en ningún momento dejé de leer carteles en áspero neerlandés, y de escuchar la lengua, ya dulcificada, en boca de madres jóvenes y de rubicundos niños (no sé por qué el vagón transportaba un nutrido grupo, quizá camino de alguna celebración escolar).
La estación de ferrocarril de Brujas queda a un buen trecho del casco histórico, pero una vez que empieza este lo hace sin interrupción, sin intromisiones perceptibles de arquitectura contemporánea, de modo que uno se siente recompensado por el trayecto. Brujas es particularmente hermosa, especialmente en día laborable (es decir, cuando solo funciona a medio gas la industria del turismo), y a ser posible fuera de temporada alta que, por utilizar un símil veneciano (Brujas se mira en el espejo de la Serenissima), de primavera a otoño inunda con su acqua alta calles y plazas. En ellas, por todas partes, casas con sus tejados de dos aguas, la mayoría con frontones escalonados.