Antonio Ansón
Dicen que todos los viajes, que el único viaje posible, es a uno mismo. Será por eso que viajar resulta siempre tan pesado y aburrido. Porque nos tenemos muy vistos. Y hasta penoso. Sobre todo si lo prometido al final del trayecto se augura incierto (todavía recuerdo la cara de Charlton Heston abriendo las aguas del mar Rojo de par en par con su varita mágica). Por eso Rimbaud dijo lo de “Je est un autre”, por cambiar de aires. Por eso Xavier de Maîstre decidió darse un paseo y salir, como poco, alrededor de su cuarto, mejor que recluirse en la rancia trastienda de los de Maîstre. ¡Son tantos los viajes!, algunos de ellos sin retorno: al infierno, por las autopistas del opio y por carreteras secundarias, al día en ochenta mundos, al final de la noche, al centro de la tierra. Leí Viaje al centro de la tierra en la edición de Bruguera, con 250 ilustraciones de Ángel Badía. Cada cumpleaños mi tía Piluca me regalaba un libro de esa colección: Las maravillas del mundo submarino, La flecha negra, El último Mohicano… Lo de leer es un decir, porque lo único que me interesaba entonces eran las viñetas, de las que ni siquiera leía los bocadillos. Y ahí sigo, interesándome por las viñetas. La edición de Bruguera de 1970 cuenta con “licencia eclesiástica”, la de 1972 ya no. Así pues, yo viajé al centro de la tierra con licencia eclesiástica.