Ángeles Prieto Barba
Para Daniel Moyano
Mucho más luminoso que un día de Corpus fue para mí cuando mi padre, terminada su jornada como policía municipal, apareció subiendo los escalones de nuestro quinto piso cargado con pequeñas banderitas de colores. ¿Qué le traigo hoy a mis niñas, qué? Me recuerdo entonces dándole una y mil vueltas al triste boniato guisado que constituía toda mi cena, cuando había cena, claro, y escuchando los gritos de mi hermana mayor obligándome a que me lo tragara de una vez. Las letanías y sermones de todos los días, aquello de que los pobres no podían hacer melindres y ascos a la comida. Solo que yo ya estaba ahíta, llena, harta de un hambre que solo se saciaba con lo mismo. Y pensaba ya en mi cama, en dormir y dormir hasta desaparecer como muchos de los niños que conocí y que durmiendo un día se fueron volando al cielo, como me dijeron, para nunca más volver. Y a los que un día los mayores velaban, como angelitos.