Toni Montesinos
A Germán Gullón
En pleno noviembre, de visita en Amsterdam, el frío no resulta demasiado penetrante pese a que la temperatura es bastante baja; el viento parece un aliado del paseo, la constatación del otoño marronverdoso, y es la llovizna la protagonista absoluta de un cielo, gran nube gris, que duerme sin estallar, lagrimeando muy digna y persistentemente. Esa llovizna, los edificios de pocos pisos, los puentes sobre los canales, la grisura: Amsterdam, hermana gemela de Dublín, comparte todo con esta en la distancia, y si uno por fin reuniera cobardía para tirarse al agua y desaparecer en el fondo, acabaría resucitando en el río Liffey, y allí en Irlanda volvería a encontrarse con esta misma lluvia, con el aire gris, con la monotonía de vivir en un pueblo cosmopolita.