Francisco Alba
Alemania nos admira y nos horroriza. El destino de esta nación llamada a crear los más altos productos de la inteligencia humana y a causar las atrocidades más horrendas que conoce la historia constituye un problema que consideramos irresoluble. Es el enigma de la Esfinge.
Sabemos que fue la solitaria y precursora figura de Kant quien plantó la semilla y regó el joven árbol. El mérito de Kant es negativo, partiendo del escepticismo de Hume se propuso indagar los límites de la razón humana. Encontró que esta facultad no estaba capacitada para dar respuesta a los interrogantes que ella misma planteaba. El punto culminante de su obra fundamental, la Crítica de la razón pura, son las célebres antinomias. No se puede demostrar la existencia de Dios por argumentos racionales (contra Descartes y Santo Tomás de Aquino y contra el Proslogion de San Anselmo); ni tampoco se puede demostrar la inmortalidad del alma. Como es sabido, Kant tomó como postulado de la razón práctica el libre albedrío (lo dio por sentado aunque carecía de demostración) con el propósito de fundar la moral que culmina en el Imperativo Categórico.