Portada

Novedades en Crisis de Papel

  • Colección de nubes   José Miguel ViñasLos cielos retratadosViaje a través del tiempo y el clima en la pinturaCrítica. Barcelona, 2024.  “Los pintores son notarios de la historia”, se afirma en este libro, redactado con …
  • El humor, la poesía    Jaime García-MáiquezLa humana cosaPrólogo de Luis Alberto de CuencaRenacimiento. Sevilla, 2024. Jaime García-Máiquez es un poeta paradójico: muy de escuela, con claros y reconocidos maestros, y a l …
  • Qué hacer con la poesía   Raquel LanserosEl sol y las otras estrellasVisor. Madrid, 2024. La poesía es imprescindible; la mayoría de los libros de poesía que se publican son perfectamente prescindibles. O dicho con otras pal …

Novedades en Café Arcadia

  • Los papeles perdidos: Galdós en Aldeanueva   1GRANDES ESPAÑOLES Allá por 1910 o 1911, dos jóvenes periodistas  –Luis Antón del Olmet y Arturo García Carraffa– tuvieron la idea de publicar una serie de libros biográficos sobre “Los grandes es …
  • Los papeles perdidos: El misterio de la Quinta    1MARTINHO DA ARCADA En una esquina se encuentra sentado Fernando Pessoa. Su postura es muy semejante a la del famoso cuadro de Almada Negreiros. Una taza de café sobre la mesa, un cigarrillo en una …
  • Coraje y alegría: El arte de perder  Sábado, 22 de junioLOS NUEVOS MÁRTIRES Hojeo el periódico mientras llegan los amigos con los que he quedado para comer. Cuando llegan, no puedo por menos de comentarles una noticia.             —Di …
Autor: admin 16 noviembre 2006

Bruno Mesa

La raíz de estas páginas nace con una saludable y herética censura, la que realiza Wittgenstein a Shakespeare. Al fondo de esa elevada censura se esconde una pregunta a la vez ingenua y agónica para el juicio de una obra literaria: ¿es suficiente el lenguaje para justificar una obra? ¿Un hermoso juego de palabras, una sentencia brillante, un uso espléndido del idioma bastan para salvar una página?

Wittgenstein, como antes hiciera Tolstoi con mayor violencia, no encuentra en Shakespeare ninguna personalidad ética, ningún atisbo de aquello que llamamos “vida real”. George Steiner analizó esa crítica y decretó, aunque nunca fue propenso a las condenas, que Wittgenstein se equivocaba. No comparto el pesimismo de Steiner. Creo que el lenguaje no es suficiente, que es necesario algo más, y que ese algo más nos lo han entregado otros autores, como Sófocles, Dante, John Donne, Cervantes o Pessoa. Ese algo más puede definirse como una actitud ética. Es lo que exigía Eliot, encontrar en todo autor algo en lo que creer o algo que discutir. Eliot nunca encontró eso en Shakespeare, porque lo admirable del autor de Macbeth es su lenguaje, la extraordinaria musculatura de su léxico, la espectacularidad de sus paradojas, el genio al servicio del juego de palabras.

Autor: admin 15 noviembre 2006

Vicente Duque

Sherezade, Ulises, las Sirenas

Probablemente sea la muerte la experiencia fundamental de la literatura, el más esencial de los accidentes del lenguaje. No debería comprenderse esta afirmación en un sentido ingenuo: no se escribe contra la propia finitud, con la pretensión de que la palabra sobreviva a nuestro acabamiento, sino buscando la desaparición en un fraccionamiento literario de las evidencias lingüísticas, en una entrega total a una palabra que no nos dice, sino que se deja decir para anularnos en el espacio mismo de su enunciación. La eficacia propia de esta enunciación literaria moderna es inversa a la eficacia de la narración legendaria de Sherezade o de cualquiera de aquellas narraciones orientales en las que un acusado trataba de aplazar una sentencia de muerte y de alejar la cita fatal que cerraría definitivamente su boca relatando historias hasta el alba. Ciertamente, el gesto de la narradora de Las mil y una noches trascendía el puro divertimento porque representaba en todo su patetismo el casi ilimitado esfuerzo para mantener a la muerte fuera del círculo de la existencia. Sin embargo, ese mismo gesto de salvación y trascendencia aparece metamorfoseado en la literatura moderna, dado que esta está ligada al sacrificio y a la desaparición a manos de las palabras que revelan su ser, que con el brillo de su aparición eclipsan a quien las dice. La obra, que tenía el deber de brindar la inmortalidad a su autor, recibe el derecho de matarlo.

Autor: admin 12 noviembre 2006

José Antonio Llera

Como era de esperar, la celebración del centenario del nacimiento del dramaturgo Miguel Mihura (Madrid, 1905) ha sido oscurecida por los fastos y la algarabía que ha concitado el aniversario cervantino. Aunque las instituciones y la prensa apenas se han acordado de él, estoy convencido de que lo contrario le hubiera disgustado. Una de las máximas aspiraciones de su vejez consistía en que lo dejaran en paz. Siempre fue un hedonista militante, y como le sobraba ternura para ser cínico prefirió convertirse en un escéptico de la utopía. En la sección de Gutiérrez titulada “¿Cómo quiere usted que sea su estatua?” había contestado lo siguiente: “¡Oh, por Dios! ¡Muy sencilla! Sencilla como la comida de un cabrero […]. Nada de filigranas escultóricas, ni complicaciones marmóreas. Las complicaciones para las tifoideas” (29 de diciembre de 1928). La escritura de Mihura huye de toda tentación de barroquismo o de pedantería. La humildad como rasgo temperamental y la falta de pose literaria con las que afrontó todas sus empresas se trasparentan en su estilo. Así, la prosa de Mis memorias (1948) constituye todo un modelo para escapar de las aguas pantanosas del narcisismo y de la ostentación autobiográfica. El gran número de novelas policiacas que nutría su biblioteca era también una forma de difuminar la imagen campanuda asociada al hombre de letras. Aunque en diciembre de 1976 fue elegido académico de la Lengua, murió antes de que llegara a redactar su discurso de recepción, del que apenas se conserva un borrador en su archivo de Fuenterrabía. Acaso, ante la embarazosa ceremonia de sacar brillo a su propio busto, decidió que lo mejor era hacer mutis por el foro.

Autor: admin 8 noviembre 2006

Agustín Díaz Yanes: Alatriste
Ocho y Medio, Madrid, 2006

Tan paradójico y lleno de contrastes como la España que retrata, el filme Alatriste, escrito y dirigido por Agustín Díaz Yanes, ha dejado un poso de extrañeza incluso en aquellos a los que, en definitiva, nos gusta y apreciamos su valiente propuesta.

Digo “valiente” porque, a la hora de adaptar las aventuras del bravo capitán creado por Arturo Pérez-Reverte, lo más fácil, según la costumbre, hubiese sido centrarse en el esqueleto argumental de una de las cinco novelas publicadas, enriqueciéndolo luego con algunos aspectos entresacados de los otros libros de la serie. Cuando, por citar un ejemplo reciente, Peter Weir realizó su película Master and Commander: Al otro lado del mundo (2003), basada en la saga naval de Patrick O’Brien, eligió como soporte estructural La costa más lejana del mundo (1984), la novela más narrativa de la colección en términos argumentales, la cual entrecruzó con Capitán de mar y guerra (1970) a fin de infundirle mayor cuerpo.

Autor: admin 6 noviembre 2006

José Cereijo

pesar de la conocida frase de Paul Celan (“Da sentido a tu decir: dale sombra”), todos sentimos instintivamente, me imagino, que la sombra y el sentido no son la misma cosa, no se equivalen. Añadir oscuridad no es añadir sentido; en todo caso, más bien lo contrario. Y sin embargo, parece igualmente evidente que la obviedad mata la poesía. Quizá quien mejor expresó esta disyuntiva (al menos en lo que yo conozco) fue Juan Ramón Jiménez, en un brevísimo aforismo que dice así: “Secreto y trasparencia”.

Autor: admin 6 noviembre 2006

Enrique Baltanás

La eternidad según Max Aub

Dice Max Aub en sus diarios: “… se escribe para quedar y, si no se consigue, nada tiene sentido”. “Podría vivir con solo vivir. Sin embargo escribo, paso la vida pensando cómo, qué escribir para quedar. Si lo hago mal —como tantas veces lo supongo, por las razones que sean—, fracaso, como el que cree en Dios y se encuentra, el día de mañana, con la nada; es decir, no se encuentra” (Nuevos diarios inéditos (1939-1972).

Y Manuel Aznar Soler, su editor y prologuista, apostilla: “Max Aub es un escritor que, como él quería, sigue vivo hoy a través de sus libros (ahí están sus obras completas en curso de edición) y no es arriesgado afirmar que la ‘inmensa minoría’ de lectores maxaubianos va a seguir creciendo, de una manera lenta pero irreversible, durante este siglo XXI”.

Autor: admin 5 noviembre 2006

Fernando Valls

Nunca publicó Miguel Mihura (1905-1977) un libro de máximas, como hiciera Jardiel Poncela en 1937 con sus llamadas Máximas mínimas, ni tampoco utilizó jamás el concepto de greguería, ni se atrevió a llamar aforismos a sus “pensamientos” breves. Ni siquiera inventó ningún otro nombre más o menos divertido, como hiciera su amigo Tono, con las 100 tonerías, que en 1938 recogió en forma de libro. Así pues, mientras que el concepto de aforismo o greguería debió parecerle a Mihura excesivamente serio, un género de “literatos”, a él que no se considera escritor, sino comediógrafo; la tonería le resultaba un marbete demasiado personal, de un humor algo mecánico. A lo más que llegó, cuando todavía era muy joven, fue a recoger bajo el marbete de “Pensamientos” toda una serie de opiniones breves, más bien toscas y chabacanas, que lo más piadoso sería olvidar, como aquellas que publicara en la revista galante Mucha gracias (111, 13 de marzo de 1926), dirigida por Artemio Precioso, o en Gutiérrez (I, 4, 28 de mayo de 1927), revista de humor comandada por K-Hito. En cualquier caso, lo que sí hizo Mihura, bien que a su manera, fue un elogio de la brevedad, la concisión, el estilo escueto y sencillo (“hay que escribir ceñido y corto”; “desde mi primera obra solo he buscado la sencillez”), aunque sin llegar a caer en lo que él llamaba el artículo-acelga, como le reprocha a Tono con socarronería.

Autor: admin 3 noviembre 2006

Antonio Ansón

Dicen que todos los viajes, que el único viaje posible, es a uno mismo. Será por eso que viajar resulta siempre tan pesado y aburrido. Porque nos tenemos muy vistos. Y hasta penoso. Sobre todo si lo prometido al final del trayecto se augura incierto (todavía recuerdo la cara de Charlton Heston abriendo las aguas del mar Rojo de par en par con su varita mágica). Por eso Rimbaud dijo lo de “Je est un autre”, por cambiar de aires. Por eso Xavier de Maîstre decidió darse un paseo y salir, como poco, alrededor de su cuarto, mejor que recluirse en la rancia trastienda de los de Maîstre. ¡Son tantos los viajes!, algunos de ellos sin retorno: al infierno, por las autopistas del opio y por carreteras secundarias, al día en ochenta mundos, al final de la noche, al centro de la tierra. Leí Viaje al centro de la tierra en la edición de Bruguera, con 250 ilustraciones de Ángel Badía. Cada cumpleaños mi tía Piluca me regalaba un libro de esa colección: Las maravillas del mundo submarino, La flecha negra, El último Mohicano… Lo de leer es un decir, porque lo único que me interesaba entonces eran las viñetas, de las que ni siquiera leía los bocadillos. Y ahí sigo, interesándome por las viñetas. La edición de Bruguera de 1970 cuenta con “licencia eclesiástica”, la de 1972 ya no. Así pues, yo viajé al centro de la tierra con licencia eclesiástica.

Autor: admin 3 noviembre 2006

Israel Centeno

A sus pies

Para mí la felicidad era tenerla a ella y vivir en Hampstead. Esto lo pude haber puesto en la novela que me va tomando casi un año escribir. Volver sobre la escritura es enamorarse de nuevo.

Seis meses ansiosos, arduos, contradictorios; con las ilusiones al hilo y la desesperanza tocando a la puerta.

Estoy de vacaciones y quiero ser feliz. Para mí la felicidad se reducía a tener buenas lecturas y aislarme en Araya. Ahora no lo sé. Mi mediocridad individualista y burguesa, esto de no aspirar a liberar naciones ni salvar a raza alguna, se ha movido un tanto. Estoy por tomar en serio, como lo hizo Leon Trotsky, la novela escrita por los franceses en el siglo xix. Me ha dado por pensar que todavía en aquellos libros de grandes lomos hay códigos que nosotros, los hombres inteligentes de la posmodernidad, no hemos desentrañado; y, por eso, como en aquel relato de Julio Cortázar, caemos y r(d)ecaemos.

Autor: admin 1 noviembre 2006

Antón Arrufat

Teníamos un día y una hora previamente acordados: martes alas cinco de la tarde. Después volvíamos a conversar los jueves, y de este día hablaré luego, por sus curiosos rasgos distintivos. Lezama me recibía sentado en su sillón, más bien una poltrona, que podía acoger su enorme cuerpo. Por esa época había engordado, caminaba con dificultad y apenas se levantaba de su poltrona, parecida a un sillón de Campeche, con grandes orejeras a ambos lados y amplios brazos. Llegar al Paseo del Prado, a dos cuadras de su casa, le costaba esfuerzo y le anunciaba una disnea. “Yo soy el peregrino inmóvil”, humorizaba.