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Novedades en Crisis de Papel

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Novedades en Café Arcadia

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Autor: admin 21 junio 2008

Juan Peña: Teselas

AE, Jerez, 2008

Últimamente parecen haberse puesto de moda las breverías poéticas, aforísticas y búdicas. Pues bien, acaso nadie, y no creo exagerar, domine estas distancias cortas como Juan Peña. Para ilustrar esta afirmación permítaseme una salida de tono: lean las Quadras que publicó Hiparión en 2006 (desprejuíciense de su autor, si les es posible), luego lean estas Teselas, y sabrán de qué les hablo.

Autor: admin 21 junio 2008

Dionisia García: L’Albero (El árbol)

Levante Editori, Bari, 2007

A pesar de la tardanza en publicar sus poemas, Dionisia García (Fuente Álamo, Albacete, 1929), ya desde su primer título, El vaho de los espejos, publicado en 1976, nos mostraba con una voz rotunda y segura el germen en torno al cual giraría toda su obra posterior, que sería mucha, y notable. Aunque, eso sí, de alguna manera, al margen de las generaciones a las que por derecho pertenecía, obviada quizá por no haber publicado en la edad mítica de la veintena como el resto de sus coetáneos. Con una voz cotidiana, elegante, llena de matices, nos fue hablando de su entorno más inmediato, de la naturaleza de la vida y de las cosas y, sobre todo, dejó ya asentado con este título algunas de las constantes que iban a dar a la obra de esta gran poeta carácter de imprescindible a la hora de hacer un recuento de lo mejor de la poesía española: «el dominio de la palabra poética y el gusto, y el paladeo, de su significación», como tan acertadamente nos recuerda Francisco Javier Díez de Revenga en su interesante estudio «Dionisia García: verso y prosa de una escritora singular».

Autor: admin 21 junio 2008

Upton Sinclair: Petróleo

Edhasa, Barcelona, 2008

El estadounidense Upton Sinclair (1878-1968) es conocido ante todo como el autor de La jungla, novela donde denunció las penosas condiciones laborales a que estaban sometidos los empleados de la industria cárnica de Chicago a comienzos del siglo xx.La repercusión del libro fue tal que llevó al presidente Theodor Roossevelt a promover un acta de control sobre el sector. Pero la producción literaria de Sinclair va mucho más allá. Fue un autor prolífico que tocó géneros diversos y rondó las noventa publicaciones, en las que se vieron reflejadas sus inquietudes sociales y políticas. Petróleo no se trata de una excepción.

La novela posee un arranque enérgico. Arnold Ross ha prosperado desde la condición de humilde carretero hasta la de productor independiente de petróleo. En compañía de su hijo, Bun, todavía un niño, recorre la California de inicios del siglo xx gestionando sus pozos y a la caza de nuevos yacimientos. Somos así testigos de la agitación producida por la explotación del oro negro: conflictos vecinales, compra-venta fraudulenta de tierras, competencia desleal entre compañías… El aparato documental que despliega Sinclair es notable. La perforación de los pozos, su explotación y el levantamiento del entramado industrial y social que se crea a su alrededor son descritos con detalle, ritmo e interés. Y mientras tanto va cobrando forma un personaje fascinante. Arnold Ross no se detiene ante nada ni ante nadie; buen conocedor del comportamiento humano, se sirve de las inclinaciones egoístas de los demás para lograr de ellos lo que desea. De este modo, y gracias también a su olfato para los negocios, su fortuna no cesa de aumentar. El personaje adquiere connotaciones bíblicas cuando, a la hora de hacerse con unos terrenos cuyo propietario es creyente devoto, improvisa un discurso en el que adapta el mensaje de las Escrituras a su propósito empresarial. Sus palabras hallan eco en un hijo del propietario, quien las adopta como guía para fundar la Iglesia de la Tercera Revelación. Arnold Ross ha inspirado una nueva religión.

Sin embargo la solidez narrativa desplegada por Sinclair se quiebra al adentrase en el segundo tercio de la novela. Tiene lugar en Rusia el alzamiento contra los zares y Bun, ya un adolescente, se siente atraído por el reformismo social. Dispone de un ejemplo más cercano del activismo proletario cuando, en vísperas de la entrada de Estados Unidos en la I Guerra Mundial, los trabajadores del petróleo se declaran en huelga a fin de que se regularice su situación. A partir de este punto la novela pasa a ser una interminable demostración de la sentencia bíblica: «Es más difícil para un hombre rico ingresar en el reino de los cielos que para un camello atravesar el ojo de una aguja». Y para Upton Sinclair el reino de los cielos adopta la forma del movimiento obrero.

Ahora Bun es el protagonista y su padre queda relegado a un segundo plano.

Se ha comparado a Upton Sinclair con Zola, pero mientras que el francés hace esclavos a sus personajes de un determinismo biológico, el determinismo que emplea el estadounidense es social. A pesar de sus buenas intenciones, Bun, rico heredero, se queda atascado en el ojo de la aguja al tratar de demostrar que es mejor que el camello de la célebre frase. En la universidad edita una publicación de propaganda socialista y sólo le salva de la expulsión la oportuna intervención de su padre. A sus amigos militantes detenidos los libera pagando las fianzas con el dinero del señor Ross. Dice creer en la causa obrera pero siempre dispone de la fortuna familiar para cubrirle las espaldas. Asiste a mítines de izquierdas donde «tenía el prejuicio de la serenidad y de la quietud. No esperaba que los trabajadores usaran maneras perfectas y hablaran un inglés impecable, pero ¿qué necesidad tenían de manotear y chillar? ¿No podían discutir sus ideas sin llamarse unos a otros «traidores a la causa» y «zafios esquiroles»?»; a renglón seguido frecuenta los salones de la alta sociedad y se codea con actrices de Hollywood, lo que le hace lamentar las tristes condiciones de vida de sus camaradas. Su indecisión y el plegarse una vez tras otra al parecer de los demás —su padre, sus sucesivas novias, los portavoces del izquierdismo moderado y también los del radica— lo vuelven un personaje antipático.

El continuo debate interno de Bun lleva al lector a desear que Sinclair hubiera arrinconado al personaje hasta que éste adoptara una decisión. Porque hay cosas muy interesantes que mientras tanto están ocurriendo. Se producen paros en los pozos, los trabajadores se enfrentan a rompehuelgas armados, hay debates internos entre moderados y radicales, hay detenciones, hay censura informativa. Y por otro lado está Arnold Ross, que ha dejado de ser un mero productor independiente para convertirse en un magnate del petróleo, lo que le permite adentrarse en la ciénaga de la corrupción política y mover hilos para comprar ni más ni menos que un presidente. Pero todo esto constituye tan solo un telón de fondo. El foco de atención de Sinclair es otro. Petróleo fue publicada en 1927 y su autor deseaba comprobar hasta qué punto el movimiento obrero podía conmover una conciencia a priori poco proclive a ello.

There Will Be Blood, la reciente adaptación al cine de la novela, guionizada y dirigida por Paul Thomas Anderson, resulta muy útil a la hora de valorar Petróleo después del tiempo transcurrido desde su publicación. En la película, la trama obrera ha desaparecido de un plumazo. Bun queda reducido a personaje secundario, el protagonismo recae sobre su padre y la narración abarca sólo el primer tercio del libro. Se exploran las motivaciones del buscador de petróleo y el precio moral que paga en su ascenso al olimpo de los negocios. Los sólidos resultados obtenidos por Anderson demuestran su sagacidad como adaptador y también, al actuar como contraste, lo mal que envejece la literatura política.

Jon Bilbao

Autor: admin 21 junio 2008

Alice Munro: La vista desde Castle Rock

RBA, Barcelona, 2008

Están ahí, en un barco, camino del Nuevo Mundo desde su Escocia natal, en busca de una oportunidad, de su oportunidad. A veces ríen, a veces lloran, a veces se pelean, y otras veces bailan en la cubierta del barco, a las siete de la mañana, al ritmo de la música de un violín que alguien ha subido a bordo. Una poderosa imagen, sin duda, la del baile a las siete de la mañana. Como también esa otra en la que, también en cubierta, contemplan cómo se van alejando de su tierra natal, dejando atrás la belleza de esos parajes, y emprenden, temerosos y esperanzados, el rumbo hacia lo desconocido. Son solo dos ejemplos significativos de imágenes poderosas protagonizadas por algunos de los personajes de la primera parte de este libro de relatos (la segunda se centra en sus familiares más cercanos y en ella misma, desde sus años de juventud, con las primeras amistades y los primeros amores, hasta los últimos tiempos, cuando decide indagar en el pasado de esos familiares, rastrear en datos, paisajes y recuerdos, o le es diagnosticada una enfermedad seria, que, de momento, se mantiene adormecida), antepasados de su autora, Alice Munro, la voz más destacada —junto a las voces de Margaret Atwood y Margaret Laurence— de las letras canadienses, eterna candidata al Nobel, escritora de primer orden que indaga como pocos en el comportamiento humano, en su modo de sentir y reaccionar, y que nunca defrauda. Una escritora, a la manera de Chéjov, que narra, con estilo transparente y sencillo, los conflictos internos del ser humano que se esconden tras la cotidianidad, tras la rutina, tras el paso monótono de los días. Historias de hombres y mujeres (¡cuántas mujeres y qué diferentes entre sí pueblan las páginas de este libro!), con sus grandezas y sus miserias, con sus esperanzas y sus derrotas, con sus ilusiones y sus deseos insatisfechos, supervivientes que encaran —como pueden, como saben, como les dejan— el sentido y el sinsentido de la vida, el tiempo que les ha tocado vivir, las embestidas del destino, el agridulce sabor de los años que pasan, de las huellas que dejan esos años en el rostro, en las entrañas. Todo ese proceso. El proceso de vivir, de aprender, de envejecer. Y los destellos de luz y de oscuridad que lo habitan.

Alice Munro, autora habitual de relatos cortos (sólo escribió una novela, al principio de su carrera literaria, no traducida al castellano, ¿no sería ahora un buen momento de recuperarla, junto a esos otros volúmenes de relatos que aún siguen descatalogados?), de historias entrelazadas, compone aquí un mosaico único, unitario y muy compacto, recreando la historia de una familia, la suya, novelando los hechos desconocidos, o también los conocidos, si pensamos, como Gabriel García Márquez, que «la vida no es lo que se ha vivido, sino de lo que uno se acuerda y cómo se acuerda».

Ovidio Parades

Autor: admin 21 junio 2008

Félix Romeo: Amarillo

Plot Ediciones, Madrid, 2008

«Nunca he pensado en tirarme por un balcón» declara el narrador de la primera novela de Félix Romeo, después de que lo hiciera su hámster (p. 26 —¿o ha sido defenestrado por él mismo, según confiesa después, en p. 94?—), pero enseguida comprobamos que sus tendencias suicidas son tan grandes como el complejo de Peter Pan que está en el origen del relato, y que en buena parte lo explica: «Me miraba en el espejo y me apuntaba. La pistola pesaba más que nada que yo hubiera cogido nunca» (p. 42).

Autor: admin 16 junio 2008

Javier Fresán

Si la patria de un traductor son los libros que ha dado a un nuevo idioma, la de Miguel Martínez-Lage (Pamplona, 1961) linda al norte con su adorado Beckett, que le permitió acuñar el término despalabro; al sur, con poetas como Auden o Pound, que también escriben prosas excelentes; y tiene frontera al este con Stevenson, Conrad, Kipling, Orwell, y al oeste, con autores contemporáneos de la talla de Coetzee —suya es la versión española de Desgracia—, Don DeLillo o George Steiner. Pero poco a poco una ínsula extraña, ajena a los rigores de la geografía, se expande con fuerza en medio de este territorio perfectamente cartografiado. Desde hace casi un lustro, un extranjero se sienta cada tarde entre Samuel Johnson y James Boswell en el Club Literario que fundaran en el Londres de la segunda mitad del xviii Edmund Burke y sir Joshua Reynolds para disfrutar de la conversación del doctor. Solo lo acompañan una pluma azul y una pila de cuadernos en los que anota cuidadosamente las palabras que enviará a otro siglo y a otra lengua, más de doscientos años después. Me los enseña en su estudio, mientras disfruto de su conversación apasionada sobre los pormenores de la traducción de la Vida de Samuel Johnson (Barcelona: Acantilado, 2007).

Autor: admin 13 junio 2008

Rosalba Campra

Rosalba Campra nació en Córdoba, Argentina. Siguió estudios universitarios en Córdoba, Nancy, París y Roma. Es catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad La Sapienza de Roma, ciudad donde reside actualmente. Ha publicado en revistas especializadas numerosos estudios dedicados a problemas de teoría literaria, con especial referencia a la literatura hispanoamericana de los siglos XIX y XX.

En el campo de la ficción ha publicado la novela Los años del arcángel (1998), los libros de relatos Formas de la memoria (1989), Herencias (2002) y Ciudades para errantes (relatos y poemas, 2007). Exposiciones de sus libros-objeto y otros trabajos en los que se superponen la escritura ficcional y la imagen se han realizado en Europa y América Latina. Los relatos que publicamos forman parte del libro inédito Ella contaba cuentos chinos.

Autor: admin 10 junio 2008

José Manuel Benítez Ariza

Cuando me preguntan si vivo con una mujer, no sé qué decir. Ahora vivo con dos. También dudé cuando Luisa, la más joven de ellas, me hizo esa misma pregunta, al comienzo de nuestra relación. «¿Vives con alguien?». Callé, y eso la azoró un poco. «Lo siento», dijo, «no soy quién para hacerte preguntas». Hay que decir que estábamos en aquella pensión, desnudos los dos, metidos en aquella cama de sábanas tan tiesas. Hacía un par de meses que tonteábamos, y aquella tarde nos decidimos a hacer lo que hasta entonces habíamos aplazado sin demasiada ansiedad, tal vez porque lo dábamos por seguro, después de habernos contado mutuamente nuestras vidas a lo largo de diez o doce cafés, un par de almuerzos, otras tantas cenas y un número indefinido de paseos por las dos manzanas que albergan nuestros respectivos pisos y el bloque de oficinas donde trabajamos los dos, ella en el tercer piso, en una compañía de seguros, y yo en una asesoría jurídica, en el entresuelo. En todos esos encuentros había un momento en el que yo miraba el reloj, transparentaba un gesto de ansiedad y alegaba que tenía que irme. Luisa se limitaba a sonreír, comprensiva. A saber qué imaginaba. Pero lo importante no era lo que pudiera imaginar, sino que, fuese lo que fuese, no lo consideró un obstáculo al evidente progreso de nuestras relaciones. Tal vez pensó que yo era un hombre casado (nunca me lo preguntó, en aquella fase previa) y que mi matrimonio se iba a pique. Otra hubiese amagado una exhibición de remordimientos, o pedido explicaciones. Ella no. Y yo, desde mi posición parcial de beneficiario directo de esa benevolencia, la daba por bienvenida, no solo porque me eximía de dar explicaciones incómodas (sobre todo, porque no había nada que explicar), sino también porque, aun cuando hubiese habido algo incómodo que confesar, parecía claro que nada hubiera podido contrarrestar aquella suave deriva de los acontecimientos, que empezó cuando, después de un breve intercambio de impresiones en el ascensor, algo me impulsó a invitarla a un café en el bar de la esquina.

Autor: admin 9 junio 2008

Bruno Mesa

Arriesgar una tradición es como proponer una fantasía teratológica o un bestiario, porque lo que uno intuye memorable puede ser para el lector una deformidad, lo que uno atisba revelador otros lo diseccionan con espanto y desprecio, y aquel autor que uno sospecha gigante es para algunos un pigmeo. Una tradición es muchas cosas, entre ellas una comodidad de la crítica, un espejismo geográfico o un prejuicio idiomático, según el apuntador y la obra; para quien firma es una lenta acumulación de placeres, de libros y de asombros; también de obsesiones, de inevitables renuncias, de libros que nunca acabaré, de la sabia ignorancia que propugnó Monterroso, de la usura del tiempo y del grato azar de las librerías. De esa singular tradición quisiera hablar aquí.

Mi tradición es un país caótico y libre, más anárquico que ordenado, ni seco ni lluvioso, sino las dos cosas, según la comarca y el temperamento. Este es un país donde es posible ser feliz, pero donde la felicidad, la vida o el orden no son obligatorios. La mayoría de los habitantes de este país están muertos, pero sus fantasmas siguen aquí viviendo la otra vida, la que nace en las bibliotecas y se dilata en cada lector.

Autor: admin 8 junio 2008

Vicente Luis Mora

La llama extraña
y todo ardía en ella
(Juan Perro [S. Auserón], De un sueño malo)

Todo duerme en mí
Todo habita en cada uno de nosotros
Somos un aleph moribundo de ignorancia

(Julieta Valero, Altar de los días parados)

Augusto Monterroso, aficionado a Jorge Luis Borges y a la bibliofilia (lo que es tanto como decir doblemente adicto a los libros), dedicaba uno de los mejores capítulos de su colección de ensayos La vaca (Alfaguara, 1999) a una resonancia borgiana vista en La Araucana, de Alonso de Ercilla, donde el guatemalteco encuentra un aleph («yo creo que hay, o que debió haber, otro Aleph», decía el original borgiano); fue ahí donde nos dimos cuenta de una nueva senda bifurcada en el camino de la Literatura, que no tardó mucho en ensancharse: Jorge Edwards apuntó en su discurso al recoger el premio Cervantes que en el Quijote hay otro aleph, en la escena que transcurre en la Cueva de Montesinos, y es cierto que lo hay: