Fernando Valls
Nunca publicó Miguel Mihura (1905-1977) un libro de máximas, como hiciera Jardiel Poncela en 1937 con sus llamadas Máximas mínimas, ni tampoco utilizó jamás el concepto de greguería, ni se atrevió a llamar aforismos a sus “pensamientos” breves. Ni siquiera inventó ningún otro nombre más o menos divertido, como hiciera su amigo Tono, con las 100 tonerías, que en 1938 recogió en forma de libro. Así pues, mientras que el concepto de aforismo o greguería debió parecerle a Mihura excesivamente serio, un género de “literatos”, a él que no se considera escritor, sino comediógrafo; la tonería le resultaba un marbete demasiado personal, de un humor algo mecánico. A lo más que llegó, cuando todavía era muy joven, fue a recoger bajo el marbete de “Pensamientos” toda una serie de opiniones breves, más bien toscas y chabacanas, que lo más piadoso sería olvidar, como aquellas que publicara en la revista galante Mucha gracias (111, 13 de marzo de 1926), dirigida por Artemio Precioso, o en Gutiérrez (I, 4, 28 de mayo de 1927), revista de humor comandada por K-Hito. En cualquier caso, lo que sí hizo Mihura, bien que a su manera, fue un elogio de la brevedad, la concisión, el estilo escueto y sencillo (“hay que escribir ceñido y corto”; “desde mi primera obra solo he buscado la sencillez”), aunque sin llegar a caer en lo que él llamaba el artículo-acelga, como le reprocha a Tono con socarronería.
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