Patrick McGrath
Ciudad fantasma. Historias de Manhattan de ayer y de hoy
Traducción de Fabián Chueca. Herce, Madrid, 2008
En una amplia entrevista con Guy Landreau venía a decir el historiador George Duby que la Historia no es más que el flujo de los hechos históricos recuperados a placer por la imaginación del historiador. Bueno, no me hagan mucho caso, la cita no es literal y quizá George Duby no diría «recuperados a placer», pero también podría decirlo, porque era muy bueno en el oficio de historiar y en el de contar, quiero decir, aunque sobren las aclaraciones, que sabía manejar el archivo y la pluma. El caso es que tomando como referencia esa cita de Duby se puede entender que Ciudad fantasma, el libro de relatos de Patrick McGrath, es Historia, y desde luego de la que se lee con mucho agrado.
Ciudad fantasma, a través de sus personajes y tomando como hilo conductor tres narradores en primera persona —en realidad un narrador y dos narradoras—, nos introduce en el devenir histórico de la ciudad desde la lucha por la Independencia hasta el atentado terrorista de septiembre de 2001, pasando, o mejor mirando de soslayo la guerra de Secesión.
McGrath no solo es capaz de documentar a la perfección cada momento, haciendo gala de una erudición que se deglute en los detalles, sino que en los tres relatos que componen el libro está plenamente conseguida la voz de los narradores, leerlos es como ver a través de una mirilla el pasado, cada momento histórico en el que se enmarca lo que cuenta. En el primero, «El año de la horca», habla desde 1832 un hombre a punto de morir. Un hombre que rememora el año que pasó con su madre y sus hermanos tras la muerte de su padre, un independentista que luchó al lado de George Washington. Por estas páginas, que nos devuelven con la limpieza de su prosa el placer de degustar una imitación muy depurada y personalizada de los clásicos norteamericanos —Poe, Hawthorne, Melville…—, pasan los males de la guerra: pobreza, opresión, hambre, fango, duros inviernos; y también se dejan ver la dignidad en tiempos difíciles, el valor, la traición, el odio, la devastación, el dolor. Son páginas que hablan de la guerra y de cómo repercute sobre los más débiles, sobre los más indefensos, sobre el niño que fue el narrador, y de cómo tuvo que vivir con la impresión de haber traicionado a su madre por no ser lo suficientemente hábil como para mentirle a un guardia de aduanas cuando los pararon en un trayecto entre Jersey y Manhattan. Él debía decir que venían de ver a su abuela enferma, pero no fue capaz de sostener la mentira —en realidad hacían de correo para los independentistas— y el guardia británico arrestó a su madre, a la que ahorcaron a la mañana siguiente.
Los tres relatos comparten geografía. Las tres historias se superponen una sobre la siguiente como si de una excavación arqueológica se tratara, aunque aquí, al contrario de lo que sucedería en una prospección real, nos encontramos primero con lo más antiguo para ir avanzando hasta cerca del presente. Todos parten de la calle 23 Oeste, cerca del Hudson, y respecto a esto no nos extraña nada que el último de los personajes que vive allí, cuando se dirige a su psiquiatra, le asegure que vende su apartamento porque está «lleno de fantasmas». Todos estamos llenos de fantasmas, todos vivimos en diálogo con los muertos, con los que ya no están y tienen algo que ver en que seamos lo que somos. Y lo más importante, todos, personal y, a menudo, colectivamente, tendemos a reformular el pasado: «Ha pasado medio siglo desde el Año de la Horca, y en las mentes de mis compatriotas la guerra se ha transformado hasta tal punto que ahora parece nada menos que la empresa gloriosa de una pequeña hueste de héroes y mártires a quines sostenía la idea de la Libertad y destinada por esa razón a prevalecer al final», nos recuerda el narrador del primer relato.
Sugerente, interesante, acogedora es la propuesta de la editorial Herce para esta colección de «territorios y escritores» en la que cada autor ambienta una ciudad. Están de momento John Banville con Praga, Ruy Castro para Río de Janeiro, Juan Benet para Londres y este de Patrick McGrath que ahora comentamos, encargado de desliar la historia de Nueva York.
El segundo relato, «Julius», es una locura de amor. El amor que el hijo demasiado inocente de un acaudalado negociante siente por una modelo que trabaja para su maestro de pintura. La malintencionada oposición del padre y cierta falta de entendimiento por parte del hijo llevan a que la relación se trunque y Julius enloquezca de amor, agrediendo a su padre y a su maestro de pintura —que acabará por ser su cuñado y el abuelo de la narradora que cuenta la historia— y se pase veinte años en el manicomio. «Julius», más una novela corta que un relato, es la pieza más compleja de las tres. Juega, como las otras dos, con la importancia que el peso de los padres tiene para los hijos, de la familia para conformar al individuo y de la sociedad para hacerlo entenderse, situarse, y también con las visiones románticas del pasado y cómo, a medida que se escarba y se descubren secretos —esto le sucede a la narradora con su tío Julius— estas visiones pueden venirse abajo.
El último relato gira en torno a la situación de perplejidad, paranoia y angustia en que se quedan una psiquiatra y su paciente —como todos los neoyorkinos y todo el planeta— tras el atentado del 11-S, y habla de la dificultad para establecer nuevas relaciones, nuevos puntos de confianza; habla de la desconfianza hacia lo foráneo —la psiquiatra desconfía del lío que su paciente se trae con una artista y meretriz con rasgos orientales— y lo complicado y turbio de las relaciones humanas —un padre que siente placer acostándose con la amante de su hijo, una artista promiscua, una psiquiatra morbosa y enamorada en secreto de su paciente…
Ciudad fantasma desenvuelve como si de capas de cebolla se tratara la historia contemporánea de una urbe habitada por personajes de carne y hueso, ficticios y, sin embargo, tan reales como los que podamos encontrar en cualquier ciudad —con su pasado y su presente— en la que, citando al revés a Emerson, a menudo podremos sentir que todo puede suceder en la vida, toda deshonra y toda calamidad; y nada, ni siquiera la Naturaleza, podrá repararlo.
Alfonso López Alfonso