Yiyun Li: Los buenos deseos
Lumen, Barcelona, 2007
La imagen de la portada nos muestra a una joven que observa la ciudad desde lejos como espectadora excepcional de lo que allí sucede. Esta es la labor que desempeña Yiyun Li en Los buenos deseos. Un análisis lúcido, inteligente y objetivo de un mundo donde los cambios sociales y personales nos conducen a realidades muy distintas.
Los protagonistas de estos diez relatos son seres cuyo desconcierto vital les obliga a plantearse nuevos retos existenciales, a poner en duda antiguas creencias o toda una vida de sometimiento a un régimen político dictatorial del todo inhumano. Yiyun Li escribe un conjunto de relatos que podrían situarse en cualquier lugar del mundo o cualquier época, tan solo es necesario un cambio puntual de escenario. Utiliza una prosa seca, sincera, sin prejuicios y caracterizada por la claridad y la sobriedad de sus palabras. La descripción es precisa: “Le recuerda al viejo Tang después del baño, el olor de las personas queridas”. En otros momentos más gráfica e impactante: “Los gritos de Beibei cuando no dormita y el hedor que desprenden sus sábanas cuando se lo hace todo encima impregnan el pequeño y apartado piso de dos habitaciones”. O sensitiva, muy realista: “El divorcio de Tu la absorbe como una espina de pescado atravesada en la garganta”.
El argumento de cada uno de los relatos nos sorprende por su originalidad y por el carácter entrañable, tierno, y sobre todo singular, de sus personajes, su humanidad y su manifiesto e ingenuo asombro ante el absurdo existencial, así como su disconformidad con lo que ocurre a su alrededor: el joven que se gana la vida como sustituto de Mao, el señor y la señora Su con su hija enferma, el joven Boshen enamorado de un chapero que anteriormente trabajó en la ópera de Pekín, el hijo triunfador que va a visitar a su madre y descubre que esta ha devuelto su carné de comunista para bautizarse y convertirse al catolicismo, el anciano que viaja a Estados Unidos para visitar a su hija y se da cuenta de que no la conoce en absoluto, que no sabe nada sobre ella ni de su vida, o la profesora que “en Casablanca ha encontrado todo lo que quiere enseñar a sus alumnos”.
Yiyun Li posee un talento innato para narrar, para contar una historia en un par de líneas donde la autora nos facilita ya casi toda la información de lo que se avecina. Consigue alcanzar un alto grado de crudeza junto a una sensibilidad exquisita: “Cuando está despierta, grita durante horas y horas, incansable, pero la señora Su solo necesita acariciarle el cabello para olvidar todas las molestias”. El desconcierto nos invade a cada paso: “A pesar de las leyes de la probabilidad, la vida se decanta por lo improbable”.
Yiyun Li transciende lo individual, lo que nos toca más cerca, hasta alcanzar lo universal. Nos resulta fácil identificarnos con sus personajes. Su compromiso queda reflejado en muchas de las historias y seres que aquí aparecen, como el testimonio del paso devastador del comunismo: “Nos dimos cuenta de que nuestra vida no es tan feliz como nos han enseñado a creer. La gente de esos países capitalistas no está esperando a que la liberemos, incluso ignoran nuestro amor por ellos”. Para ello utiliza, en ocasiones, el humor y el sarcasmo: “A pesar de que desprecio al señor Pang por ser un parásito quisiera que fuese un parásito sano”. Denuncia la injusticia pero asume el valor del perdón como medio imprescindible para seguir adelante, como modo de supervivencia, de adaptación a todo cambio social, político o individual: “Todo hombre nace con más habilidades de las que sabe utilizar”.
Yiyun Li nos ofrece aquí una lección magistral de oficio, técnica, y principalmente, talento. Y nos invita a valorar esos “buenos deseos”, esas pequeñas cosas, a las que debemos aferrarnos siempre en todo naufragio, ya que todo lo demás es impredecible y el movimiento, el cambio, perpetuo: “Son necesarios trescientos años de buenos deseos para tener la oportunidad de cruzar un río con alguien en la misma barca”. Como nos explica más tarde: “El dicho viene a afirmar que toda relación tiene una razón”.
Ana Vega