Paul Auster: Viajes por el Scriptorium
Anagrama, Barcelona, 2007
Tras el baño de multitudes del premio Príncipe de Asturias, una película aún por estrenar y el enorme éxito de ventas de Brooklyn Follies, Auster vuelve con Viajes por el Scriptorium a su estilo de narración más personal, metafictivo y abundante en subnarraciones truncadas. Coincidiendo tal vez con Godard en afirmar que el relato clásico no da más de sí, el autor de New Jersey se aleja del discurso lineal, de la disposición convencional de su anterior novela, para lanzarse a una de sus obras más enigmáticas. Habría que acuñar el término “metaausteriana” para definir esta breve novela en la que el autor usa y abusa de personajes aparecidos en sus anteriores obras, dando por hecho que va dirigida a un lector muy selecto o ideal.
El Mr. Blank —el Sr. en Blanco— de Viajes por el Scriptorium continúa la nómina de personajes austerianos que sufren una total pérdida de identidad y caen en un vacío espantoso y agobiante reducidos solo a su dimensión más corpórea. Todo lo que sabe el lector no es más que lo que se le cuenta a través de una narración que toma el aspecto de un informe frío y objetivo: Mr. Blank está encerrado entre cuatro paredes, sufre amnesia, está sometido a un “tratamiento” y se comunica únicamente con algunos personajes que le visitan esporádicamente y a los que desconoce. El protagonista lee de forma intermitente una narración que va encontrando sobre su escritorio: una historia sobre la Confederación —un Estados Unidos virtual y decimonónico— que finalmente resultará inacabada. Es Mr. Blank quien con su propio esfuerzo deberá poner fin a la historia a petición de quienes le visitan.
El lector atento y que conozca y recuerde otras obras de Auster se percatará de que algunos personajes que visitan a Mr. Blank coinciden con los de otras novelas del autor. Es así como el protagonista de Viajes por el Scriptorium se convierte en trasunto del novelista, que lanza al mundo unas creaciones que vuelven a pedir cuentas. Desde el aislamiento, Mr. Blank se ve obligado a terminar el manuscrito de la Confederación: “Mr. Blank arroja el texto mecanografiado […], furioso porque lo han obligado a leer un relato sin final, una obra inacabada que apenas ha empezado, un puro y simple fragmento. Una auténtica porquería, joder, exclama en voz alta”. La intención última de Auster parece en el fondo la de ironizar sobre su propio estilo, que obliga en muchas ocasiones a sus lectores a enfrentarse a relatos apenas esbozados o que se ven truncados en algún punto, como sucede constantemente en La noche del oráculo. Así, otro personaje afirmará irónicamente: “Solo es el comienzo de un relato, y por lo que yo sé, toda narración debe tener principio, nudo y desenlace”. No obstante, la historia encontrará esta vez final, ya que desde el necesario aislamiento del creador Mr. Blank dará desenlace a la historia desechando todas las demás (¿infinitas?) posibilidades: “En un solo instante el mundo le resulta tan claro como la luz del día, el anciano piensa en las terribles consecuencias de lo que, con toda seguridad, es la conclusión ineludible, la única solución viable entre una multitud de posibilidades antagónicas”.
La novela da un giro inesperado cuando el propio Mr. Blank —tras haber dado fin a la historia que se le planteaba— pasa a formar parte de la galaxia de personajes creados por Auster al encontrar sobre su mesa un manuscrito titulado Viajes por el Scriptorium, que comienza del mismo modo que la novela que el lector tiene entre las manos. Con este final metafictivo la novela funciona como un relato circular (¿de nuevo infinitamente?) al que sobraría únicamente una reflexión final que queda fuera del juego metaliterario, una coda que Auster se permite añadir para aclarar parte de la creación y cerrar la obra con un muy cinematográfico “¡Fuera luces!”.
En los humanos y en las novelas las mayores virtudes son también los mayores defectos; como no podía ser de otra manera Viajes por el Scriptorium se convierte en una novela especialmente apta para los grandes seguidores del autor, con sus idas y venidas de personajes conocidos y recursos habituales en Auster. Si el mecanismo narrativo de la novela funciona a la perfección, su engranaje más débil es el relativo interés de la historia secundaria, esa Confederación americana de ciencia ficción, mezcla de intriga política y amorosa. El encierro de Mr. Blank, eje fundamental de la historia, fluctúa a lo largo de la obra entre lo onírico, lo absurdo o lo angustioso —puede evocar momentos o pasajes de Kafka— aunque sin perder nunca su base realista.
Viajes por el Scriptorium cae por tanto en un excusable narcisismo creativo que complica la novela para aquellos que no estén familiarizados con el autor, y emprende un corto viaje con breves momentos insatisfactorios para llegar a un final brillante y circular que supone una extraña alegoría del proceso poético.
Iván Camblor