Autor: Rafael Suárez Plácido 23 abril 2011

Solar (Ian McEvan)Solar

Ian McEwan
Trad. de Jaime Zulaika
Anagrama, 2011
ISBN: 978-84-339-7555-3
19,50 euros

Ha costado que me empezaran a gustar los narradores ingleses actuales. Pero ha venido ocurriendo de la mano de la editorial Anagrama. El primero que me llamó la atención fue Julian Barnes. El loro de Flaubert no se parecía a nada de lo que había leído hasta entonces. De David Lodge me gusta su parte más ensayística. Los ingleses asiáticos (Kureishi, Ishiguro) me deparaban igual momentos gloriosos que otros soporíferos. Y así podría ir contando, uno a uno, pero desde que leí Amsterdam (Anagrama, 1999), tengo a Ian McEwan como, si no el que más, sí uno de mis favoritos. La razón: sus novelas son máquinas perfectas que nos plantean dilemas morales verdaderos. ¿Es lícito usar procedimientos que detestamos frente a rivales que los usan habitualmente? La respuesta no es fácil.

En la novela el protagonista se entera de que un político adversario, paladín de una ideología ultraconservadora y férrea defensora de la moral más puritana, práctica habitualmente lo que él llamaría en los demás actos sexuales pervertidos o incluso depravados. ¿El protagonista de Ámsterdam, se plantea si debería hacerlo público? ¿Sabemos realmente qué haríamos nosotros mismos? Inicialmente creemos que sí, estamos convencidos de la respuesta, pero la trama de la novela hábilmente urdida por un autor que siempre duda nos zarandea de un lado a otro. La pregunta, estos días, adquiere más relevancia. ¿Debemos usar la fuerza —que detestamos, ya digo—, contra quien sí la usa? Quien piense que sí admitirá que entonces nuestras convicciones son mentira. La mentira es el gran tema de las novelas de McEwan. Lo es y mucho en su novela más exitosa: Expiación; de alguna manera lo es también en Chesil Beach (la educación represora que tanto nos ha mentido, que ha mutilado tantas vidas) y muy especialmente lo es en Solar, su última novela, publicada en marzo de 2011, como todas las anteriores, en Anagrama.

Todo en la vida de Michael Beard, el protagonista de Solar, es mentira: sus amores, sus amigos. Desde que le concedieron el Nobel de Física, siendo aun muy joven por una teoría que complementa al mismísimo Einstein, su trabajo también lo es. Una cadena imparable de conferencias, simposios y monográficos, donde lo único que se valora de él es su nombre y su presencia; y una serie de investigadores jóvenes que lo veneran por su pasado lejano, que hacen todo el trabajo sucio por él. Hay quien piensa que los premios condenan la creatividad del premiado. El narrador dice que Beard era totalmente incapaz para un pensamiento poco convencional, “¿cómo, si no, había ganado el Premio Nobel?” Desde el inicio de la novela se encuentra en situaciones límite que va superando con la ayuda de su mente analítica, que es capaz de dar la vuelta a los hechos más desfavorables. Y así, el lector es testigo de cómo, de rebote, se embarca en la aventura más importante que tenemos por delante: la transformación de un planeta en decadencia en otro que aproveche más cabalmente sus posibilidades energéticas.

Pero el lector, algunos personajes, probablemente también el autor, se preguntan: ¿hasta dónde llega la mentira? ¿Es posible que haya algo de verdad en un personaje que siempre miente, que incluso se miente a sí mismo? Esto nos puede llevar a cuestionarnos todo, también el proceso de autodestrucción en el que estamos sumidos. Yo diría que el calentamiento del planeta y sus repercusiones de aquí a cincuenta años, son hechos probados. No sé, como llega a decir Beard, si los procedimientos de conseguir energía actuales han mejorado el mundo, —desde luego a todo el mundo no, a África no. Tendría que conocer las opciones y eso es francamente imposible. Pero sí creo que el futuro está en la energía solar. Lo que no sé es si el egoísmo nos hará llegar demasiado tarde.

Jaime Zulaika traduce las atmósferas opresivas de las últimas novelas de McEwan con su habitual brillantez. El ritmo se mantiene a lo largo de las tres partes trepidante. Los problemas de Beard con sus parejas, con las comidas, con la edad, nos lo muestran como una víctima antipática: demasiado real. La meticulosidad en los detalles, los culpables que no lo son —nada es lo que parece—, el amor y el deseo, el egoísmo tan humano, la esperanza siempre a prueba, nos hacen pasar por estas páginas con el anhelo de que no acaben nunca. ¿Acabará en su momento el Nobel también con el talento del gran narrador galés Ian McEwan? Eso tampoco lo sabemos.

Rafael Suárez Plácido


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