Aguirre, el magnífico
Manuel Vicent
Alfaguara
ISBN: 978-84-204-0629-9
256 págs.
Madrid, 2011
18,50 euros
El narrador y periodista Manuel Vicent (Valencia, 1936) tuvo la revelación de que sería el biógrafo de Jesús Aguirre durante la gala de entrega del Premio Cervantes a Gonzalo Torrente Ballester, en 1985, cuando el propio Aguirre, ya duque de Alba, se lo hizo saber, aunque realmente a quien se lo dijo fue a Juan Carlos I: “Majestad, le presento a mi futuro biógrafo.” La respuesta del rey “con una carcajada muy espontánea” fue: “Coño, Jesús, pues como lo cuente todo, vas aviado.” Han pasado veintiséis años de aquel momento y casi diez de la muerte del duque consorte y el resultado es Aguirre, el magnífico (Alfaguara, 2011), donde sí, lo cuenta todo. El libro es el resultado de muchos más años aun de algo parecido a la amistad.
No es propiamente una biografía, aunque por momentos el tono, la estructuras y las formas se aproximan a la hagiografía: una infancia difícil en la que el niño encandilaba con su encanto e inteligencia a todos los que le rodeaban; pasión temprana por los libros y la música, sensibilidades heredadas de su madre; sorpresa general cuando muestra su vocación de sacerdocio; flirteos constantes con el erotismo homo y heterosexual, a veces platónico, a veces no tanto; período como estudiante de Filosofía en Munich donde conoció personajes de importancia capital (Heidegger, Ratzinger); últimos años del franquismo en los que fue igualmente valorado, y quizás admirado, por cristianos y marxistas; salida del sacerdocio y acceso a uno de los puestos más elevados, si no el que más, de la nobleza europea, y finalmente un período cercano al ostracismo en jaulas doradas que ya no cesaría hasta su muerte, prácticamente solo, en Sevilla, en 1981. Pero Vicent aprovecha todos estos materiales para hacer su particular crónica sentimental de España, en parte a la manera de Vázquez Montalbán. Una crónica que en muchos momentos supone un ajuste de cuentas con su país, con su tiempo.
Hay momentos en los que sí nos emociona la figura de ese personaje que tanto influyó en la España que vivimos: su infancia, marcada por la lucha por redimirse dignamente de esa figura tan dura y determinante en su tiempo: la bastardía; su madre decidida y entregada a su hijo; la reivindicación de su amistades particulares, que él prefería llamar “afinidades electivas”, a la manera de su admirado Goethe, que siempre le iba a acompañar, y su reivindicación ante los peores crímenes del franquismo: el asesinato de algunos seres queridos a los que conocía directa o indirectamente. Pero lo más interesante de este libro es que el autor nos presenta a su biografiado con todas sus luces y sombras. No termina de seducirnos el personaje, sobrepasado por su peripecia vital y las situaciones con las que se encontró, como tampoco lo hace, excepto en ocasiones puntuales (su valentía a la hora de amar, su decisión en ser una mujer libre y querer cambiar el signo de los tiempos que todavía mantiene), la duquesa de Alba.
El libro, subtitulado Retablo ibérico en obvio homenaje a Valle Inclán, es más que esto y sí hay otros personajes que nos cautivan: los que más una madre digna y luchadora, sin tantas armas para serlo como la duquesa y, por ello, más valiente; el maravilloso escritor García Hortelano, siempre rebelde con causa y siempre fiel a sí mismo; la galerista e introductora de tantos grandes artistas de su tiempo Juana Mordó y la, para mí desconocida, no sé si personaje real o de ficción, Vicky Laos. Me hizo sonreír la referencia a los pintores de brocha gorda que en París se hicieron artistas, en la que reconocí a mi admirado Ripollés, al que Vicent ya había bautizado, creo que fue él, como el “abate Ripo”.
Aunque por el libro pasean otros personajes del momento relacionados con Aguirre: los escritores Juan Benet, Pedro Laín, Torrente Ballester o los políticos Adolfo Suárez y Felipe González, echo en falta al compañero de columna, los lunes en El País, Vázquez Montalbán, también siempre fiel a sí mismo, y no entiendo la inclusión algo forzada del capítulo en el que habla de cierto intelectual de moda al que dedica muchas líneas, demasiadas. Además, es que ya lo incluyó en un relato de su libro No pongas tus sucias manos sobre Mozart, en el cuento “El intelectual de moda”, que prácticamente transcribe de nuevo. Entonces lo entendí como una caricatura bastante desafortunada de García Calvo, a quien nombra de nuevo y no sale demasiado bien parado. ¿O quizá quien no salga ileso sea el propio Manuel Vicent? Habrá distintas opiniones al respecto, supongo.
Yo particularmente no creo que Vicent pase a la historia por este libro, aunque ya ha sido unánimemente acogido como obra maestra por la crítica más oficial de este país. Prefiero y mucho su novela Tranvía a la Malvarrosa y sus artículos periodísticos, género que ha ido perfeccionando con el paso del tiempo, pero lo cierto es que siempre es útil conocer distintos puntos de vista sobre la España que nos ha tocado vivir.
Rafael Suárez Plácido