Autor: 4 enero 2008

Masuji Ibuse: Lluvia negra
Libros del Asteroide, Barcelona, 2007

Reseñar una buena novela es un trabajo fácil. Reseñar un clásico no es siquiera trabajo: el eco de sus páginas va dictando la reseña, acomodando las palabras por sí mismas. Así resulta con Lluvia negra, la narración de las consecuencias inmediatas de la bomba atómica de Hiroshima.

La historia central gira en torno a Yasuko, sobrina de Shigematsu Shizuma, que es objeto de toda clase de habladurías entre los vecinos. Estos rumores llegan a los sucesivos pretendientes de la joven, la cual se ve rechazada porque supuestamente está enferma de la radiación. Los pretendientes de pueblos vecinos envían emisarios para informarse sobre la joven Yasuko, y ante la eventualidad de que tenga la «enfermedad de la radiación» rechazan cualquier enlace. Semejante injusticia causa el enfado de Shigematsu, que decide iniciar la redacción de un diario en el que narrará sus impresiones de aquel 6 de agosto de 1945, y los días que sucedieron hasta la rendición de Japón, para acabar con los rumores, enseñarlo al siguiente pretendiente, y demostrar que él sí estuvo enfermo, pero que Yasuko no ha mostrado ningún signo de hallarse afectada por la enfermedad.

Con una prosa de limpieza y sencillez absolutas, Masuji Ibuse va desgranando de un modo barojiano decenas de pequeñas historias, vidas que asaltan a Shigematsu en su devenir a través de los escombros de Hiroshima. Primero con la búsqueda de sus parientes, y luego, cuando los encuentra, volviendo a las ruinas por uno u otro motivo. Shigematsu encuentra viejos amigos, conocidos o simplemente personas que le cuentan su propia historia, que es la suya, al tiempo que en su diario nos muestra de forma descarnada lo que significa la destrucción absoluta.

Precisamente, la fuerza de la novela de Masuji Ibuse reside en la contención, en la ausencia de filigranas estilísticas, en la aplastante crudeza de sus descripciones, sin necesidad de valoración ética: «Había una mujer vestida únicamente con enaguas que corría fatigosamente refunfuñando sin cesar; otra que llevaba a un niño en brazos y gritaba “¡agua!, ¡agua!”, sin dejar de limpiar los ojos del niño entre grito y grito porque tenía los ojos pegados por una sustancia parecida a la ceniza. Un hombre gritaba hasta desgañitarse; mujeres y niños corrían chillando; otros suplicaban que alguien los socorriese…»

Cada página de esta novela es un canto sobre el horror. Las formas dantescas que la muerte puede adoptar aparecen registradas por Misuje Ibuse con una concisión fría pero humana. El pánico inmediato a una hecatombe, los primeros intentos individuales de organización, la ayuda inexistente, el desamparo, los rumores, la lucha por avanzar, los vivos que surgen de entre los escombros, como resucitados, los cadáveres a cada paso, las informaciones como medias verdades, los primeros auxilios gubernamentales… en definitiva, todas las impresiones del caos aparecen retratadas en Lluvia negra.

Un apunte interesante es que, aunque los días fueran pasando, la guerra aparece en un segundo plano. No cabe duda de que es un elemento fundamental, y origen evidente de las desgracias que están padeciendo, pero las personas que recorren Hiroshima y los pueblos aledaños no cuestionan la guerra ni la actitud del Gobierno, encabezado por su emperador. Solo al final, y en momentos muy concretos, aparecen reflexiones sobre el conflicto. En todo momento, su pretensión es sobrevivir, y continuar con su vida normal, vida normal que consiste ¡en ayudar en la intendencia de la guerra! Una verdadera contradicción.

Sin embargo, es verdad que la conveniencia de la guerra va penetrando en la población civil, si acaso más como expectativa sobre lo que vaya a hacer el Gobierno, que como agente decisivo y activo de la dirección política del país. Los habitantes no contemplan la posibilidad de decidir. Sus vidas están en manos del emperador. Semejante paradoja deja paso poco a poco a una realidad brutal: «Tenía el rostro negro y descolorido pero, de tanto en tanto, parecía que se le inflaban las mejillas e inspiraba profundamente. Me quedé mirándolo sin dar crédito. […] me aproximé al cadáver temblando de miedo y vi que se trataba de un enjambre de gusanos que se revolvían en la boca y la nariz y se apelotonaban en las cuencas de sus ojos; esa primera impresión de vida y movimiento no era más que el producto de sus retorcimientos». Las palabras hablan por sí solas. Shigematsu parece decirnos «bienvenidos al infierno».

Lluvia negra es la historia de un error, la fotografía de aquello que el hombre puede hacer y, lo que es peor, hace. La trama principal en la que Yasuko es la protagonista va diluyéndose en el marasmo del horror. La muerte y la destrucción lo cubre todo, lo envuelve, lo llena hasta que no queda espacio para nada más. Escribe Shigematsu: «Estaba en el infierno, un infierno que torturaba con un ineludible y omnipresente hedor».

José Ángel Gayol


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