Autor: 22 julio 2008

Claudio Magris: El infinito viajar. Traducción de Pilar García Colmenarejo
Anagrama, Barcelona, 2008

Nuestra época ha ido arrinconando al cuarto trastero de los géneros literarios el cuaderno de viaje por más que este cuenta con una vigorosa tradición a sus espaldas, tan longeva que en algunas latitudes llega incluso a emparejarse con las primeras andanzas literarias. Lo paradójico es que esa pérdida gradual de interés se está verificando en un momento en el que la mayor parte de la humanidad se somete periódicamente al rito del viaje, dando pie a un incremento notable de la cultura geográfica. Cabía suponer que tal divulgación de conocimientos iba a corresponderse con un aumento de la inquietud del lector por averiguar la sensibilidad con que otros se han aproximado a los mismos enclaves a los que hemos conseguido llegar, o bien por apreciar el singular ángulo visual con el que los viajeros que nos han precedido describieron tiempo atrás los mismos paisajes que también nosotros hemos tenido la suerte de poder contemplar más o menos intactos. Y sin embargo la sensación que se tiene al dar un vistazo a las listas de ventas de libros es la de que el género agoniza y que sólo en casos excepcionales la literatura de viajes logra acaparar la atención de unos pocos lectores fieles al género. Vivimos inmersos en una sociedad para la que la práctica turística es un rasgo distintivo al alcance de todos los bolsillos, y en cambio el viaje parece haber perdido relevancia como vía de conocimiento y de maduración intelectual del individuo. Tal vez para la mayor parte de nosotros la necesidad compulsiva de desplazarnos a otros lugares no constituya más que la necesaria dosis de nomadismo hedonístico que nos pide de vez en cuando el organismo: un banal principio activo al que cabe agregar, con la debida cautela, dosis edulcoradas de excipiente humanístico con el que dorar éticamente la píldora.

Para ir hoy en día a la zaga de los apuntes de viajero hay que recurrir sobre todo a la prensa. Y no tanto a las muchas revistas especializadas que encontramos en los quioscos, en las que al reclamo de estrategias gráficas con gran impacto visual se añaden por lo general reportajes de relleno en los que priman las consabidas banalidades (casos modélicos como el de la revista Altaïr son, por desgracia, excepcionales), sino sobre todo al puñado de articulistas cosmopolitas que tienen todavía carta blanca en la prensa diaria para escribir de cuanto se les antoje. Confieso, por lo menos, que mi caso es el de una adicción incondicionada a las entregas periódicas de Gregorio Morán y de Tomás Alcoverro para el periódico La Vanguardia, o de Julio Llamazares para El País.

Para que estos artículos dispersos fragüen sucesivamente en formato de libro cabe suponer que se hace necesario hoy en día el cumplimiento de condicionamientos de variada y enigmática naturaleza. Desconozco los motivos por los que el editor de Rafael Chirbes decidió fundir en El viajero sedentario (2004) los excelentes reportajes de viajero que el escritor valenciano había publicado a lo largo de los años en la revista Sobremesa, aunque puede postularse que fue un modo de sacar rendimiento a un género minimalista a remolque del éxito de su novelística que empezaba, también por fin en España, a generar beneficios. Asimismo uno se pregunta siempre hasta qué punto se hace necesario el ingrediente de un éxito logrado con una novela anterior para que los grandes editores se atrevan a correr el riesgo de imprimir las páginas en las que ha quedado constancia documental de aquellos vagabundeos que luego han sido tal vez reelaborados para servir cuanto menos de marco narrativo a la afortunada creación sucesiva.

Esta última conjetura justifica tal vez en parte los motivos que indujeron a que La Quinzaine Litteraire publicara Déplacements (2002): un volumen en el que se recopilaban algunos de los reportajes de viajero que Claudio Magris había ido publicando en las páginas de Il Corriere della Sera en el vasto lapso de tiempo que va de los años 1981 a 2000. Una antología que poco después publicó Mondadori en su lengua original, agregando otros tres reportajes y titulándola, esta vez a la manera nietzcheana con alusión al viaje sin retorno, como L’infinito viaggiare (El infinito viajar). En este caso la iniciativa editorial sorprende bastante menos, si se tiene en cuenta que en torno al motivo central del viaje el escritor triestino ha tejido algunas de sus creaciones literarias más ambiciosas: desde El Danubio (1986) hasta A ciegas (2005), pasando por Microcosmos (1997).

Aun así son oportunas las matizaciones. Tal como Magris expone de manera tajante en su Prefacio, cabe distinguir la obra racional que expresa una percepción del mundo, con la que el autor se identifica plenamente, de aquella otra que es en cambio el resultado de una reelaboración en buena parte inconsciente y donde asoman, para sorpresa incluso del propio narrador, «las verdades más perturbadoras y que uno no se atreve a confesar abiertamente». De acuerdo con una taxonomía que remite a Ernesto Sábato, califica tales actitudes contrapuestas con las denominaciones respectivas de escritura diurna y nocturna. En estos apuntes de viaje la actitud creadora predominante es, claro está, la diurna pues con ellos Magris aspira a la comprensión racional de los muchos espacios geográficos por los que transita, por más que en ocasiones no consiga impedir la aparición de «lo inquietante, rostros de lo real que trastornan las jerarquías morales del viajero, epifanías de lo negativo».

Con tales pertrechos Magris se lanza por el mundo. En la edición original francesa su periplo partía de tierras manchegas, en el extremo meridional del continente europeo, y finalizaba en los fiordos escandinavos, con la salvedad de una avanzadilla por el continente australiano y la isla de Tasmania, donde por entonces (en 1998) empezó quizás a adquirir relieve la orografía narrativa que iba a servir de marco predominante a la acción de su novela A ciegas. Sólo a partir de la edición italiana se agregaron reportajes en los que el autor intenta una aproximación a la compleja galaxia oriental, poniendo pie para ello en Irán, China y Vietnam. El núcleo central del libro gravita con todo en torno al área germánica y centroeuropea, lo que era esperable teniendo en cuenta que Magris se cuenta entre los mayores especialistas de literatura contemporánea en lengua alemana. De ahí que esta suma de reportajes, que se publica sin el menor intento de actualización (ni siquiera toponímica: la San Petersburgo de Dostoievski sigue aún enmascarada bajo la Leningrado de los soviets), constituya una colección de instantáneas congeladas en el tiempo que por este mismo motivo consiguen transmitir al lector, sin necesidad de filtros y prescindiendo de la omnisciencia propia de quien observa el pasado con la perspectiva del tiempo transcurrido, el testimonio emocionante de unos acontecimientos que prefiguraban la caída del Muro, la escisión pacífica de Eslovaquia o el fermento de los Estados Bálticos en tiempos de perestrojka.

Para quien se ha aproximado a Microcosmos y ha apreciado las exploraciones aventureras del escritor por los aledaños de su domicilio triestino, disfrutará ahora en este volumen del relato de sus incursiones por la península de Istria, buscando como interlocutores a las víctimas del éxodo y la persecución del titoísmo o a los supervivientes de la minoría rumana que, siglos atrás, abandonaron el extremo oriental de los Balcanes y repoblaron uno de sus enclaves más agrestes. En compañía de Magris el lector caminará asimismo por la Bisiacaria, aquella comarca friulana en la que el Isonzo fluye ya remansado hacia su desembocadura en el Alto Adriático y por la que hacia el siglo vi, ante el empuje de tribus eslavas venidas del norte, se esparció la población latina. Es en estas geografías en las que se masca el desarraigo, en las que las identidades y las fronteras se difuminan a despecho de una historia empeñada en cambio en reafirmarlas, donde mejor quizás se muestra la sensibilidad del escritor para captar gestos, miradas e inquietudes atávicas.

Jordi Canals


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