Autor: 4 julio 2009

Fogwill
Un guión para Artkino
Periférica, Cáceres, 2009

Sucede pocas veces, pero alguna que otra David consigue tumbar a Goliat. El autor argentino Fogwill, celebrado y admirado por Los pichiciegos, venía publicando con Mondadori hasta que en 2007 decidió aventurarse con un editor nuevo —entonces novísimo— dando a la estampa una curiosa versión de «El Aleph» titulada Help a él en la pequeña editorial extremeña Periférica, que agrupada junto a otro puñado de imprescindibles talleres de sueños en el colectivo editorial Contexto resiste con inteligencia, buen gusto y profesionalidad los embates de los poderosos productores de superventas, capaces de hacernos comulgar con ruedas de molino y homogeneizarnos hasta extremos inverosímiles —sólo hay que ver el revuelo que ha levantado en medios de comunicación y librerías la salida de la última parte de la trilogía Millenium, de Stieg Larsson—. Fogwill repite ahora en Periférica con un viejo proyecto al que ha dado forma nueva, la novela Un guión para Artkino.

Este autor es uno de esos tipos de estilo enjuto, adelgazado, casi invisible, que parece no remangarse nunca porque escribe con la naturalidad más falsa de todas, la que da la maestría. Flotan siempre en esta prosa aparentemente sencilla, que se enhebra en una historia muy compleja, llena de matices, de puertas por las que cada lector puede salir a llenarse los pulmones con complejidades aún mayores, las motas de un ingenio mordaz —salpicado de un feroz sarcasmo— reflejadas en un juego de espejos que devuelven la imagen de un universo personal e insondable. Decía Borges que recordaba Bioy Casares que uno de los heresiarcas de Uqbar declaraba que los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres. No estamos de acuerdo con eso y quizá por ello nos gusta tanto el juego de espejos que hay desde el principio en Un guión para Artkino, una novela fuera del tiempo, ambientada en el futuro con elementos del pasado y protagonizada por un tal Fogwill, un escritor maduro de nacionalidad argentina que habita un mundo dividido entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los países capitalistas, al que desde Moscú le encargan un guión que sirva de alimento a una superproducción cinematográfica. Inmerso en el proceso de escritura acabará entendiendo lo mezquino que es no sólo él –que lo es, y mucho- sino el sistema al que sirve de alimento, del que cínicamente cree estar aprovechándose gracias a su posición de intelectual oficial y que acaba devorándolo. El guión se va escribiendo sin escribirse, porque lo que cada día pasa a limpio la joven secretaria Silvia no es el guión del título, sino la novela que estamos leyendo —que debería ser el guión— y que Fogwill le entrega. Ya sé que parece que no hay dios quien lo entienda, pero cuando se lee, palabra, todo queda claro.

En el fondo, me parece, de lo que en realidad se habla en Un guión para Artkino es de la capacidad de supervivencia que tiene el ser humano, a la que no le es ajena una buena dosis de autoengaño para poder sobrellevar cualidades tan poco amables como la vanidad, el ansia de poder y otras pulsiones. Lo que nos dice Fogwill es que poco nos importan los demás cuando a nosotros nos va bien, sean cuales sean las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales que nos rodean. Y si las cosas cambian, si se tuercen, intentamos adaptarnos como hace el personaje Fogwill, porque, como en la canción de Rosendo, siempre estamos listos para la reconversión.

Alfonso López Alfonso


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