Autor: 4 junio 2008

Alfonso Sánchez Rodríguez

A comienzos de 2008 se ha podido ver en la Huerta de San Vicente —la casa familiar de los García-Lorca en la vega granadina— una exposición singular. Se trata de Vida y hechos de Arthur Rimbaud, organizada por la Fundación Federico García Lorca y por La Casa Encendida. Entre los manuscritos, retratos y libros allí expuestos, destacaba un telegrama estremecedor que Rimbaud envió a su madre y a su hermana el 22 de mayo de 1891, seis meses antes de que un cáncer óseo acabara de devorarlo: «Hoy, tú o Isabelle, venid a Marsella por tren expreso. Lunes mañana amputan mi pierna. Peligro muerte. Asuntos serios por zanjar».

A sus 37 años, Rimbaud no imaginaba que se convertiría en un mito ni que su obra —que él había olvidado voluntariamente— iba a revolucionar la poesía moderna, cosa que reconoció André Breton el 17 de noviembre de 1922 en su conferencia de Barcelona. Uno de los poetas que lo tomó como modelo fue José María Hinojosa (Málaga, 1904-1936). Y en mayor medida de lo que pudiera creerse solo al considerar algunas cuestiones biográficas apenas valoradas hasta la fecha, incluido el «suicidio espiritual» al que aludió en su día Francisco Aranda. La pieza clave para reconstruir la influencia de Rimbaud en Hinojosa es la número 55 de la exposición (pág. 180 del catálogo publicado por La Casa Encendida): Retrato de Arthur Rimbaud, croquis a partir de documentos (1882), obra del pintor Frédéric-Auguste Cazals, un amigo de Paul Verlaine. En dicho retrato, inspirado en la famosa fotografía que Étienne Carjat hizo de Rimbaud en 1871 (pieza n.º 15 del catálogo), el perfil del joven poeta proyecta una sombra que «adquiere los rasgos de Verlaine», según apuntó Mario Armero al reproducirlo en el monográfico de la revista Poesía (marzo 2002, n.º 44, pág. 196). No pudo ser casualidad que el pintor Manuel Ángeles Ortiz retratase a Hinojosa en el París de 1926 —el dibujo, hoy perdido, ilustró entonces Poesía de perfil— en una pose no exenta de semejanzas; principalmente, la sombra que su cuerpo proyecta por debajo del hombro derecho.

Esta pose rimbaudiana de Hinojosa en el París de los surrealistas no era un gesto de esnobismo reciente. Si se observan con atención unas cuantas imágenes suyas anteriores a julio de 1925 —fecha de su primer viaje a Francia—, no es exagerado afirmar que imitaba a Arthur Rimbaud en varios detalles de aspecto y vestimenta. Dos elementos destacables de su indumentaria de entonces son el sombrero y la pipa, caros también a su buen amigo Salvador Dalí. Ambos los lucen en el reportaje de la Orden de Toledo (enero de 1925), donde se fotografiaron junto a José Moreno Villa, Luis Buñuel, José Bello, etcétera. Detalles como estos aparecen ya en la indumentaria que caracteriza al Rimbaud de 1872, según la imagen que de él da en dos conocidos dibujos su amigo Verlaine. La corbata de lazo y la levita son junto a la pipa y el sombrero otros elementos que Hinojosa toma de Rimbaud y que luce en fotografías y dibujos anteriores a su época parisiense. La fotografía que algún familiar le tomó en los jardines del hotel Reina Cristina de Algeciras (1924); o la que se hizo en la Residencia de Estudiantes junto a Dalí, Buñuel y Barradas (c. 1925); o el retrato que ilustra Poema del campo (1925), obra de Dalí, son un ejemplo claro. Aunque sea menos conocido, tampoco debe olvidarse el retrato que Gregorio Prieto hizo de Hinojosa en el café La Rotonde (1925), ya en la época en que el malagueño llevaba aquella vida de bohemio con cuenta corriente que a tantos admirase. Esta imagen supone tal vez un paso más en esa caracterización a lo Rimbaud —ya señalada por Francisco Chica— que Hinojosa pretendía y que iba más allá del atuendo y de las coincidencias biográficas.

No será fácil calibrar a estas alturas cuál pudo ser el conocimiento que Hinojosa tendría hacia 1925 o 1926 tanto de la vida como de la obra de Rimbaud, pero sí parece atinado reconocer a la luz de datos como estos que fue algo más que superficial. Es de suponer que hubiera leído con cierta atención Los poetas malditos, la antología de Verlaine que Mauricio Bacarisse había traducido al español para Mundo Latino en 1921, en la cual se incluyen poemas como «Barco ebrio» u «Oración de la tarde», donde se hallan posibles fuentes directas de algunos de sus versos. Y es de suponer que hubiera leído también con atención una novedad editorial de entonces: La vie aventureuse de Jean-Arthur Rimbaud, obra de Jean-Marie Carré (París: Librairie Plon, 1926), de la que guardaba en su biblioteca un ejemplar comprado al precio de 15 francos, por fortuna salvado de los incendios revolucionarios del 36 y hoy propiedad de su sobrina Pilar Martos H. Es quizás en la obra de Carré donde Hinojosa buscó más coincidencias biográficas de las que ya conocía y que había aceptado antes de su viaje a París con la expresión de cierto aire iconoclasta y bohemio que potenciaban los detalles indumentarios ya mencionados. Ahora bien, lo que no podía imaginar en 1926 es que el juego de imitar a Rimbaud en el atuendo iría mucho más allá de lo que sus intenciones de primera hora hubieran hecho creer.

Si no la había leído aún en Madrid, es seguro que Hinojosa leyera la obra de Rimbaud recién llegado a París, pues su influencia puede rastrearse en todo lo que publicó entre 1926 y 1931. Es decir: en el grueso de su obra, salvo en Poema del campo. Y aunque no fue esta la única influencia francesa —también es considerable la deuda que contrae con el conde de Lautréamont y con otros autores—, sí conviene insistir en su importancia.

Algunos de los temas fundamentales de Rimbaud como el viaje o los sueños aparecen ya en los textos de Poesía de perfil («Elegía posible», «Sueños», «Calma», «Sueño marino», «Altura», etcétera) y siguen de manera obsesiva hasta La sangre en libertad después de un uso fructífero en La rosa de los vientos y en La flor de Californía. Pero es en los motivos o en las imágenes donde puede observarse la influencia de forma más clara. La «escolta de legiones de hipocampos» que Hinojosa lleva en el poema «oso» (La rosa de los vientos) es heredera de la «escolta de hipocampos negros» de Rimbaud en «El barco ebrio». También aparecen aquí unos «pieles rojas chillones» cuyo eco es perceptible en otro poema de La rosa de los vientos, «ono»: «Gritos de guerra erizan las llanuras / y astutos pieles rojas / lanzan al aire su extraña lengua muda». Y qué decir de la presencia de la miosotis, planta cuyas flores simbolizan la fidelidad, en el comienzo del Texto Onírico I de La flor de Californía («Viajero sagrado por los ríos lechosos, sin remos ni miosotis para acortar las distancias…»), que cuenta con el precedente rimbaudiano del poema «Lo que se dice al poeta a propósito de flores» y con otro en el Bacarisse de «Psiquis» (El esfuerzo, 1916).

A la vista de tales ejemplos y de otros más que pudieran ponerse, quizá no convenga considerar como meras casualidades que Hinojosa titulara sendos poemas de Poesía de perfil y de Orillas de la luz «Marina» y «Novela», cosa que ya había hecho Rimbaud en Iluminaciones y en Poesías. La irreverencia religiosa, el desprecio por lo establecido y ciertas formas de violencia muy precisas son otros de los temas hinojosianos que cuentan con antecedentes notables en Una temporada en el infierno y en varias obras más de Rimbaud. Es seguramente aquí («Vergüenza», de Versos y canciones; «Mala sangre», de Una temporada…; «Vagabundos», de Iluminaciones, etcétera) donde Hinojosa adoptó imágenes en él recurrentes como la del «costado herido» o la del «ojo mutilado», compartida esta última con otros surrealistas, Buñuel y Dalí incluidos.

Un catálogo extenso de temas y motivos podría resultar abrumador, pero ¿cómo no identificar «Mes petites amoureuses» («Mis pequeñas enamoradas» o «Mis primeras novias», según el traductor) con las ‘novias’ de «Estambres» y de «Dentro del mar», poemas de Orillas de la luz? Eso, por no abordar asuntos más sutiles. Como el singular parecido entre los escenarios del último Rimbaud, los del cuerno de África, y los que Hinojosa evoca en algunos de los poemas finales de La sangre en libertad. ¿De dónde podían provenir sino de las lecturas intencionadas de un gran viajero los trópicos, los mares, los barcos y las aguas saladas, más las caravanas, los desiertos, las palmeras y los leones de poemas como «Ascensión», «Ya no me besas», «Donde está nuestro destino», etcétera? En la biografía escrita por Carré, Hinojosa pudo haber contemplado muchas veces el mapa que reconstruye los itinerarios de las expediciones acometidas por Rimbaud.

Con los datos que hoy se conocen, cabe trazar algunos paralelismos biográficos cuya importancia no resulta desdeñable. Arthur Rimbaud nació el 20 de octubre de 1854; José María Hinojosa Lasarte, cincuenta años después: el 17 de octubre de 1904. Si Mme. Rimbaud (nacida Vitalie Cuif) era hija de unos grandes propietarios de las Ardenas, don Salvador Hinojosa Carvajal y doña Asunción Lasarte Xuárez de Figueroa provenían de sendas familias de ricos terratenientes cuyas propiedades se encontraban entre el sur de Sevilla y el norte de Málaga. Los biógrafos de Rimbaud aseguran que Vitalie Cuif era una mujer severa y dominante, orgullosa, enérgica, de aspecto glacial, católica ferviente, una verdadera femme de fer, que ejerció sobre su hijo «una absurda tiranía». Doña Asunción Lasarte, mujer muy devota, de misa diaria, tenía por confesor a un jesuita, el padre Arnaiz, que murió —según se afirma— en olor de santidad el 18 de julio de 1926 (dos días antes de que Hinojosa dejara España camino de Francia). El padre Arnáiz había tranquilizado a doña Asunción, siempre preocupada por las amistades de su hijo y por su vocación literaria: «Usted no se preocupe, que cuando José María vuelva a casa, cambiará».

Alumno de Derecho en la Universidad de Granada, Hinojosa se trasladó a Madrid en 1923 y rogó a sus padres que le permitieran alojarse en la Residencia de Estudiantes, como sus amigos Prados y García Lorca le recomendaban que hiciese; pero doña Asunción —según nos contaría su hija Isabel en 1984— se opuso tajantemente: «A una Casa abiertamente atea no va mi hijo». Hinojosa acabó instalándose en la Fundación del Amo y quienes lo trataron entonces —o un poco más tarde: cuando salió de la imprenta Maroto Poema del campo (1925)— guardarían de él una imagen muy precisa. Así, Miguel Pérez Ferrero: «La primera vez que le vimos tenía un aire de recién llegado. Acababa de llegar, ciertamente. Incluso las burbujas de la primer botella literaria habían saltado, muy poco tiempo antes, con entonado ruido de discreto descorche […]. De los botones de su chaleco le salían ahora […] imágenes recientes de ciudades cosmopolitas. Acababa de llegar. Pero nosotros hubiésemos asegurado que de otra parte. El Támesis y el Sena se perdían arrastrados por su propia corriente. Los borraba un olor a tomillo fresco, que nos hacía bajar los párpados. ¡Y una evocación […] de las campiñas creadas en los belenes de Nochebuena! Con sus pastores de creación también. Sentíamos un deseo vivo de felicitar al viajero de belenes». Esta impresión que Pérez Ferrero fijó en La Gaceta Literaria del Hinojosa joven y casi recién llegado de Andalucía guarda una cierta semejanza con la que Mathilde Mauté, la mujer de Verlaine, ofrecería en sus memorias a propósito de aquel primer Rimbaud con acento de Charleville, el mismo que a Ernest Delahaye le había parecido «un campesino no demasiado rústico»: «Era un muchacho grande y fuerte, de cara colorada; un campesino. Parecía un joven colegial que había crecido demasiado deprisa, pues su pantalón, que se le había quedado corto, dejaba al descubierto unos calcetines de algodón azul tejidos por su madre».

La peculiar psicología de ambos poetas, Rimbaud e Hinojosa, hizo que fueran rechazados por la sociedad literaria del momento. Los cenáculos parisienses en que Verlaine se desenvolvía menospreciaron al joven provinciano que recitó el 30 de septiembre de 1871 «Le bateau ivre», poema escrito el año anterior, cuando su autor contaba solo 16 años de edad. Y no lo aceptaron por su actitud grosera y desafiante, por ser «más salvaje que tímido» —Léon Valade dixit—, por su aspecto sucio y desaliñado, por sus modales de lavandera, por lo mal que soportaba el tabaco, el alcohol y el hachís; pero también, por el desconcierto que provocaba entre los colegas de Verlaine el contraste entre su rabiosa juventud y la madurez de sus ideas. Lepelletier lo llamó «contemporáneo insoportable», y en una reseña publicada por Le peuple souveraine el 16 de noviembre de 1871 a propósito de un estreno teatral dejó escrito este apunte: «El poeta saturniano Paul Verlaine cogía del brazo a una persona encantadora, la señorita Rimbaut [sic]».

Sin embargo, por más que hubiese intentado acentuar ciertas coincidencias biográficas, nada tenía Hinojosa de Rimbaud. Que sepamos, no fue —y son estas expresiones de Bacarisse— ni un mala cabeza ni un genio desorbitado y aventurero ni un Ganimedes esquivo ni un granuja genial. Fue tan sólo un muchacho de casa rica que publicó entre sus 21 y 27 años seis libros de poemas. No es probable que se esperara tras la aparición de su libro «parisiense», Poesía de perfil, que lo saludaran como a un nuevo Rimbaud —aunque se hubiera hecho retratar en él a la manera de su admirado héroe—, cosa que sí le sucedió a su amigo Altolaguirre al publicar Las islas invitadas y otros poemas (1926), según refiere Cernuda. Pero tampoco pudo imaginar que las burlas, el desdén o la antipatía con que fue acogido al llegar a Madrid en 1923 aumentasen a medida que iba publicando nuevos libros —La rosa de los vientos (1927), Orillas de la luz y La flor de Californía (1928)— y que se incorporaba junto a un puñado de escritores y artistas de su generación a la revolución surrealista. Mientras pudo, Hinojosa arriesgó y lo mismo buceaba en las profundidades del «yo» con un libro de Freud en las manos que desembarcaba en las terrazas malagueñas para asistir a las fiestas elegantes de la Caleta, su barrio de aire extranjero. Tal vez resultase algo incómoda esta singular doble vida, pero se trataba de hacer compatible la rebeldía estética y una cierta ruptura moral con los lujos de la clase burguesa. Él era un hombre adinerado que viajaba por Europa, coleccionaba pintura moderna, jugaba al tenis y al golf, montaba a caballo, disponía de un Chrysler descapotable y tramaba en sus ratos libres junto a amigos como Buñuel, Prados o Dalí una facción surrealista española fiel a la ortodoxia impuesta por André Breton. Pero llegó la hora de elegir entre la aventura y el orden y eligió lo segundo. Eso sí, a la manera bretoniana: con un lâchez tout cuyo espíritu se remontaba precisamente a Rimbaud.

El abandono prematuro de la literatura por parte de Hinojosa se produjo en enero de 1931, después de la publicación de La sangre en libertad, poemario del que los críticos no llegarían a ocuparse. Al igual que Rimbaud, Hinojosa se dedicó a una tarea que nada tenía que ver con la que hasta entonces le había interesado y puso en ella la misma pasión que había puesto en su trabajo literario y editorial de otros días. Cabe suponer que el ejemplo de Rimbaud —abandonarlo todo y no sentir nostalgia por cuanto quedaba atrás— pesó en Hinojosa al resolver una crisis personal e ideológica que lo atormentaba desde hacía tiempo. Los que lo llamaban «El poeta Ya está» o «La vil colodra carpetovetónica», los que siempre lo habían visto como un provinciano que se las daba de esnob y que podía costearse las ejemplares ediciones de sus libros, los que parodiaban su pasión por el arte y por los viajes o su manera de cantar flamenco, los que habían rechazado su apuesta por el movimiento surrealista podían respirar tranquilos.

Él haría lo que su admirado Rimbaud, «El hombre de las suelas de viento»: construirse un «yo» muy diferente del que todos habían conocido. Quería dirigir las tareas del campo, trabajar en su bufete, dedicarse a la política, casarse con Ana Freüller y formar una familia; y cuando alguna vez un viejo amigo fuese a pasar la tarde a la casa de Alameda o de Campillos y le preguntase si aún pensaba en la literatura, él se echaría a reír, movería la cabeza entre divertido e irritado y le contestaría sencillamente lo mismo que Rimbaud le había contestado a Ernest Delahaye —y así estaba escrito en la biografía de Carré— un día de 1879 en la finca familiar de Roche: «Ya no me interesan esas cosas». Porque él, José María Hinojosa Lasarte, no volvería a ser el hombre que una vez evocara «la ilustre calavera de Rimbaud» en La flor de Californía. ■ ■


Una respuesta to “José María Hinojosa y la calavera de Rimbaud”

  1. Samuel Bossini:

    Estimado Sr Director: Somos una revista que circulará digital. Comenzaremos con un poeta: José María Hinojoza. Quisiera nos puedan ayudar para sumar material. La revista se llama Malvario y tenemos una página web: malvario.com.ar. Nuestro interés se centra en los trabajos de: José Luis García Martín, Julio Neira, Alfonso Sánchez Rodríguez y quien más pueda ayudarnos. Es un escritor central en la lengua castellana.
    Estaríamos muy agradecidos que nos apoyen y nos orienten a quienes podemos contactar.
    Un saludo y muchas gracias.
    Samuel Bossini

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