Andrés Barba: Versiones de Teresa
Anagrama, Barcelona, 2006
No cabe ya ninguna duda de que Andrés Barba (Madrid, 1975) puede empezar a ser conocido por cierta parte del público y de la crítica como “el chico de los berenjenales”, como él mismo ha llegado a señalar en alguna ocasión. La facilidad de este autor para meterse en fregados temáticos y narrativos, y ventilarlos dignamente a lo largo de una novela es pasmosa. Uno de los autores jóvenes más interesantes de la novela española actual, lleva publicadas cinco (cuatro en la editorial Anagrama), de las cuales tres han merecido algún galardón (el premio Ramón J. Sender de la Universidad Complutense, finalista del premio Herralde y ganador del premio Torrente Ballester). Sin embargo, la discreción y naturalidad con la que lleva su oficio de escritor, lejos de aspavientos y de estridencias, y lo peliagudo de sus obras hacen que no tenga la repercusión en los medios y la atención que sin duda su labor merece.
Fiel a la que parece venir siendo su poética de desentrañar las distintas y complejas formas que adquiere el dolor y el sufrimiento en el ser humano, con Versiones de Teresa Barba ha escrito su novela más desasosegante. En ella Manuel, un joven bello de treinta años con una insatisfacción y una falta de verdaderas perspectivas en la vida que recuerdan a algunos personajes de Dostoievski decide, a instancias de su hermana y sin mucho interés por su parte, participar como voluntario en un campamento de verano para adolescentes con deficiencias mentales. Allí conoce a Teresa, niña de catorce años, deficiente y con un pronunciado defecto físico en el hombro, de la que se enamora. Verónica, la hermana mayor de Teresa, acomplejada de su propio cuerpo, que ella encuentra feo, y con una confusión psicológica —no sabemos si connatural a ella o producto de sus dieciocho años— que la lleva a desear, incluso hasta el punto sexual, a las personas a las que ama y secretamente admira (su hermana Teresa y su mejor amiga, Ana, con la que comienza su andadura en la universidad) forma el otro vértice del triángulo cuando conoce a Manuel, y se inicia entre ellos otra relación.
La complejidad de la novela no descansa en ahondar en lo espinoso de la relación amorosa entre un adulto y una menor discapacitada; lo cual, por otra parte, aparece perfectamente reflejado en la obra. Ni siquiera el tema central de la novela es la pedofilia, entendida como la relación sexual entre un menor y un adulto en la que este, por serlo, dirija la voluntad del otro hacia sus propósitos. Lo que Versiones de Teresa trata de dirimir no es tanto la sinuosidad y las múltiples aristas del amor (tema este, el del amor, en el que la novela no se adentra) como a qué responde el proceso del enamoramiento entre dos personas. Qué circunstancias personales y qué estructuras psicológicas conforman a una persona y la determinan para que se enamore de esta persona y no de esta otra; cómo la naturaleza del enamoramiento es una imposición en la persona que la aboca irremediablemente a este proceso, que no es elegido ni supone un acto de la voluntad. Hasta qué punto el enamoramiento, y el sentimiento que muchos toman por amor, es una experiencia gozosa y a partir de qué punto es dolor y dominación. Quién es realmente el débil y quién el fuerte en una relación entre dos personas, toda vez que dejamos de contemplarla desde fuera y buceamos en su interior.
Tratando de desentrañar semejante paisaje mediante una escritura en unas ocasiones analítica, y en otras echando mano de un simbolismo cercano a lo poético cuando lo que se pretende describir y mostrar sobre la dimensión humana está cercano a lo inefable, Andrés Barba, si bien alejándose un tanto de la perfección formal alcanzada en su anterior novela Ahora tocad música de baile (novela, dicho sea de paso, extraordinaria), sigue mostrándose como un hábil psicólogo, haciendo gala de una gran maestría en la disección de estados de ánimo, de sentimientos y de las motivaciones conscientes e inconscientes de sus personajes.
Interesante es también la concepción musical de su obra: si su anterior novela estaba concebida como una sinfonía en cuatro movimientos, la estructura de Versiones de Teresa recuerda a la del “Réquiem” de Mozart, dividida en catorce partes cada una de las cuales está centrada de forma alternativa en Manuel y en Verónica, cuyas “versiones” de Teresa forman los haces de luz que confluyen en el prisma de vidrio hermético que es la niña, prisma que a su vez devuelve multiplicada la luz con sus varios colores a Manuel y Verónica, y los conforman. Además, a lo largo de la novela se insiste en unas secuencias sintácticas y en unas metáforas que se repiten a modo de ritornelos y que ayudan a fijar esa sensación.
A pesar de ajustar cuentas aquí y allá, a través de su personaje Manuel, con la retórica y la estética tristonas del cristianismo más superficial, Andrés Barba interpreta el mundo acotado en su novela desde una cosmovisión, digamos, bíblica: así se muestra en el simbolismo que, sobre la relación hombre-mujer, o Manuel-Teresa, encierra la recreación del mito de Adán y Eva en boca de Verónica. Además, las dos últimas secuencias de la obra, la decimotercera y la decimocuarta son, respectivamente, una particular recreación del Agnus dei y de la Communio: lux aeterna mozartianos, con el acto amoroso entendido como una liturgia, y con una suerte de comunión que contiene en sí el significado del Génesis (“El pensamiento era: Tú eres Manuel, yo te he creado hoy”, o “Y es la luz / del séptimo día”).
Y es que Andrés Barba, sin entrar en disquisiciones éticas ni que supongan valoración moral alguna, lo que plantea en esta novela es un problema psicológico (la pasión amorosa que siente Manuel por Teresa es a todas luces inexplicable) o incluso ontológico: ¿quién es el ser y quién el no-ser: Manuel, Teresa o Verónica? ¿Quién es vacío y quién es existencia? ¿En qué medida una persona es, o simplemente supone la proyección de las representaciones que otros crean?; tratando así de presentarnos el fenómeno como un acto de creación del que extraer las lecciones oportunas, sin inquirir demasiado las intenciones de su creador.
Tomás Cuadrado