Antonio Porchia: Voces reunidas
Pre-Textos, Valencia, 2006
La vida de Antonio Porchia es tan parca en sucesos externos que su biografía cabe en unas líneas. Nació el 25 de noviembre de 1886 en el pueblo de Conflenti, en la Calabria italiana. Tras el fallecimiento de su padre en 1900, la madre decidió emigrar a Argentina, con los siete hijos del matrimonio. Llegaron a Buenos Aires en 1902, y el joven Antonio, que era el primogénito, se vio en la obligación de ponerse a trabajar. Durante el resto de su vida, desempeño los más diversos oficios: apuntador en el Puerto, tejedor de cestas, impresor en el barrio de San Telmo. En 1940 funda con un grupo de pintores la Asociación de Arte y Letras Impulso, de la que llegó a ser presidente andando el tiempo. Era tímido, bondadoso, reservado y cortés, según el comentario de algunos amigos. La modesta casa que albergó su retiro, en Olivos, se convirtió en un lugar de encuentros para quienes le tenían por un maestro verdadero en la expresión de la verdad, la bondad y la belleza. Murió el 25 de noviembre de 1968 en su casa de Olivos, como consecuencia de una caída que había sufrido dos años antes.
La obra literaria de Porchia se reduce a una magra colección de aforismos, a los que el autor denomina “voces”, compilados a lo largo de su vida. La primera colección de Voces apareció tardíamente en Buenos Aires, cuando Porchia frisaba los cincuenta y siete años de edad. Corría el año de 1943, y la edición de mil ejemplares, costeada por el autor, pasó desapercibida. A esta primera edición siguieron otras, revisadas y ampliadas sucesivamente, en las imprentas de Impulso (1948), Sudamericana (1956), Francisco A. Colombo (1964 y 1965) y Hachette (1966, 1970 y 1974). Su reconocimiento más allá del ámbito hispano fue propiciado por el prestigioso ensayista Roger Caillois, que lo dio a conocer en Francia en la temprana fecha de 1949. Después vendrían las versiones de Fernand Verhesen en Bélgica, W. S. Mervin en Estados Unidos y Antonio Bertoli en Italia. Desatendido durante muchos años por las editoriales de ámbito hispano, hoy disponemos de dos ediciones excelentes, preparadas por Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo, y editadas por la unam (México) y Pre-Textos (España).
Tras el descubrimiento de sus “voces”, los lectores de Porchia, sorprendidos por la rareza y originalidad de las mismas, se han empeñado en encontrar la fuente y el origen de su inspiración. Unos se apresuran a señalar estrechas afinidades con el budismo y el taoísmo; otros le relacionan con Kafka e incluso con Lichtenberg y Blake. Intento vano que el mismo Porchia se encarga de desmentir. Cuando fue interrogado al respecto por Caillois, quien sospechaba influencias del budismo y tal vez de Kafka, contestó que desconocía esas fuentes, que sus “voces” las encontraba en su interior, que surgían de manera espontánea y él solo las escribía. Esta respuesta contiene, a pesar de su aparente sencillez, las claves para un acercamiento al peculiar mundo de Porchia: por una parte, el carácter secreto del autor, que optó por mantenerse ajeno al llamado mundo de la cultura; por otra parte, la naturaleza trágica de su pensamiento, incapaz de someter la realidad a los dictados de la razón; y finalmente, la intención catártica de sus “voces”, al permitir que el placer doloroso de vivir pase del silencio a la palabra.
Pero, ¿qué dicen las “voces” de Antonio Porchia? Como no podía ser de otra manera en su caso, hablan de las viejas preocupaciones de la sabiduría solitaria. En primer lugar, hablan del apego infundado y gozoso a lo real: “Situado en alguna nebulosa lejana hago lo que hago, para que el universal equilibrio de que soy parte no pierda el equilibrio”. O también: “El universo no constituye un orden total. Falta la adhesión del hombre”. Y lo hacen a sabiendas del carácter contingente y precario de cuanto existe: “Mueren cien años en un instante, lo mismo que un instante en un instante”. E incluso: “Cualquiera podría aniquilar lo infinito en un instante”. Ahora bien, estas voces no expresan lo gozoso con gozo; lo expresan con tristeza, o mejor, con la triste sonrisa de la serenidad: “La pena humana, durmiendo, no tiene forma. Si la despiertan, toma la forma de quien la despierta”. Pues, a fin de cuentas, “Hombres y cosas, suben, bajan, se alejan, se acercan. Todo es una comedia de distancias”.
A pesar de su exclusión voluntaria del mundo de la cultura, o quizás por ello, Antonio Porchia ocupa un lugar señalado entre los escritores en lengua española de todos los tiempos. El autor de Voces no es un poeta, ni un narrador, ni un ensayista. Dicho esto, uno se pregunta: ¿quién es Antonio Porchia? Un autor secreto, un sofista, un maestro de la sabiduría solitaria que solo escribió lo imprescindible para hacer más tolerable su efímero paso por la tierra. Sus Voces confirman la persistencia de una filosofía trágica, en el sentido que Clément Rosset confiere a este lema, ni ideológica, ni antiideológica, sino anterior a todas las ideológicas; un saber silencioso, universal y terapéutico, cuyo objetivo radica en la aprobación incondicional de lo real, a pesar del carácter singular, insignificante, azaroso y cruel de cuanto existe. A semejanza de Antifón el Sofista, al que acaso nunca oyera nombrar, el autor de Voces nos enseña a curar el dolor de vivir mediante la simple expresión del mismo, por la sencilla razón de que lo trágico hablado es menos doloroso que lo trágico silenciado.
Manuel Neila