Autor: 18 marzo 2007

Daniel Clowes: Ice Haven
Reservoir Books-Mondadori, 2006

En el Babelia del 3 de febrero, el dibujante Max resume con bastante ceguera que “la novela gráfica no es un género, es un formato”. Reducir las diferencias entre cuento y novela, balada y sinfonía, corto y largometraje, a sus distintas dimensiones es un error; negar que la extensión condiciona el género, también. Una obra bien conseguida debe acomodarse al tempo que exigen sus circunstancias o su estructura. Desde sus orígenes ha sufrido el cómic peligrosas influencias, tanto de los diversos medios en que se ha desarrollado como de los distintos públicos a los que se ha dirigido. Desde las comics-strips diarias, pasando por las sundays (páginas dominicales) y las recopilaciones en los comics-books hasta la más reciente novela gráfica, las sucesivas clasificaciones tienen como finalidad evidente ganar al mismo tiempo respetabilidad y mercados. Pero al igual que los folletines literarios modifican sus relaciones de clímax-anticlímax cuando cobran unidad, una mera recopilación de historietas está bastante lejos de lo que se espera de una auténtica novela gráfica. La velocidad que se le exige a una página autoconclusiva nada tiene que ver con la obligada intriga que debe generar cuando se espera una continuación en sucesivas entregas.

Tal confusión se perpetúa incluso en la Wikipedia, donde se define que “una NG es un tipo de comic-book que reúne las siguientes características: formato de lujo; un único autor o grupo de ellos, generalmente de prestigio; pretensiones literarias; una única historia, larga y compleja, destinada a un público adulto”. Frente a tan poco operativos parámetros, Álvaro Pons recuerda muy de pasada algunos aspectos interesantes, como que Will Eisner reclamaba “control absoluto del artista en todos los aspectos de la creación” y Campbell, en el Manifiesto de la novela gráfica, “que tenga como finalidad hacer evolucionar el arte secuencial”. Es en esta trayectoria innovadora donde debemos situar Ice Haven, calificada en portada como novela gráfica —aunque en inglés se le denomine comic-strip novel— y distribuida como alta cultura por una editorial dedicada a la literatura, como recientemente ha hecho también Anagrama con la versión al cómic de la novela de Auster Ciudad de cristal.

Podemos citar entre sus antecedentes las obras de Chris Ware, Jimmy Corrigan, y las del canadiense Seth Ventiladores Clyde y La vida es buena si no te rindes. La primera, verdadero hito en el proceso de evolución constante que le es inherente al género, rompe con el cómic tradicional, aquel que hace de la economía de medios y de la encapsulación —la selección de secuencias estáticas que permitan la lectura simulando una acción y un tiempo— su arma más eficaz. Ware dedica viñetas incontables a aparentes puntos muertos, mínimas transformaciones que adensan el paso del tiempo, panorámicas de paisajes en apariencia triviales. Lo que el lector debe rescatar de entre las viñetas no se reduce a acciones, gestos y movimientos, también y sobre todo estados del alma. Se permite jugar con los estilos, las velocidades, los tamaños, y es el todo lo que sale ganando. Los logros de Jimmy Corrigan le han hecho merecedor de amplia atención crítica, como la dedicada por Ana Merino. Una novela gráfica no debe ser una mera concatenación de peripecias, debe contar con una estructura y una finalidad que justifiquen desde el estilo, la perspectiva, los textos y hasta el color o el formato. La preocupación por un grafismo que sin desdeñar el buen gusto se muestre siempre al servicio de la narración es quizás una de las constantes de otras grandes obras del arte secuencial. Desde Maus, de Spiegelman, pasando por la Persépolis de Satrapi hasta el citado Clowes, el preciosismo visual ha sido sacrificado en aras de otros valores: expresionismo, naif y minimalismo, respectivamente. Y si Eisner fue uno de los primeros en destacar la importancia no sólo sugerente sino también significativa de los títulos, la necesidad de variar y ajustar sus tipos, formatos y tamaños al desarrollo posterior, Clowes demuestra tener la lección bien aprendida

Con Ventiladores Clyde comparte además la ruptura ficcional: en ambas obras ciertos personajes se dirigen directamente a cámara para narrar aspectos de sus propias vidas, por lo general anodinas.

Con La vida es buena si no te rindes, por otra parte, tiene en común la reflexión metacreativa, aquí a través de la investigación sobre un oscuro y desconocido viñetista, investigación que se imbrica con su propia biografía, en Clowes con reflexiones desacralizadoras sobre el cómic y su propia persona que acaban incidiendo sobre las narraciones a las que rodea. Tal corriente autobiográfica coincide con lo mejor del cómic europeo, enlazando el actual cómic independiente americano (tanto Clowes o Seth, como Malas ventas de Alex Robinson) con autores como David B. o la citada Satrapi.

Otra de las características significativas de Ice Haven es la recreación, a veces paródica, a veces problematizante, a veces en sincero homenaje, de la tradición americana. Como ya había ocurrido con la obra de Spiegelman sobre las Torres Gemelas —con la que comparte la experimentación del formato, reinventando Clowes la tira y Spielgemann el formato sábana— también aquí se practica la relectura: los personajes de Penauts, con Linus y Charlie Brown a la cabeza, cobran nueva vida bajo la forma del niño secuestrado, David Goldberg, y otro Charles que tanto se le parece, visitas al psiquiatra incluidas. Los Picapiedra y un violento conejito azul son otras tantas muestras de esa cruel mirada sobre los iconos de la infancia. Incluso la realidad se ficcionaliza, con la narración, bajo la forma de pulp o sirviéndose de una cruel línea clara infantilizada y sepia, del crimen de Leopold y Loeb, secuestro y asesinato reales ocurridos en 1924 y que sirve de base a la trama central, el secuestro de un niño en busca de la notoriedad. Pero el secuestro en sí no es quizás lo más traumático que le pueda ocurrir a David Goldberg, verdadero hallazgo de Clowes hasta en su materialización visual, como también lo son Violet o Vida, personajes que tanto recuerdan a los inermes peleles de Como un guante de seda forjado en hierro o a David Boring. Por las calles de Ice Haven se cruzan, como en el mejor Altman, vidas huecas, desesperadas y hasta ridículas. Imágenes de unas existencias desoladas en pos de un significado que parece no han de alcanzar.

Ángel Alonso


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