Autor: 16 marzo 2007

Esther Tusquets: ¡Bingo!
Anagrama, Barcelona, 2007

Un hombre a punto de cumplir sesenta años, un hombre que “ha dejado de desear” y desconoce ya la urgencia y la avidez que le habían llevado a vivir pasiones fulminantes, un hombre inmerso en un desinterés “del que le da vértigo medir la profundidad y que lo abarca todo”, un hombre cuyo presente está cada vez más carcomido por la indiferencia y la desgana, un hombre que siente como nunca antes el peso de la juventud perdida y el camino hacia la muerte como la negación definitiva de todos los anhelos y proyectos irrealizados por miedo o por prudencia o por otros motivos… Ese hombre vacío de deseos, una tarde en que los primeros calores anuncian el tórrido verano inminente, entra por casualidad en un bingo para escapar del tumulto y del ruido de la calle y para sumergirse en un recinto silencioso, oscuro y frío y así acallar su inquietud y matar el tiempo hasta la hora del anochecer y regresar a casa, a la esposa y a la cotidianidad anodina y rutinaria.

Y a los pocos días, y pese a que la primera vez no le gustó la experiencia porque no le atrae “un juego que obedece únicamente al azar y no deja el menor margen a la propia iniciativa”, entra allí de nuevo para, al cabo de unos días, encontrarse acudiendo allí a diario y preguntándose si, en su deambular sin rumbo por la ciudad, llega al bingo por casualidad o si por el contrario lo arrastra algún deseo, por mínimo que sea: refugiarse del calor y del exceso de luz, ver a las muchachas de rojo deslizarse veloces entre las mesas, o asistir al espectáculo que le ofrece aquel pequeño mundo nuevo que poco a poco tiene para él más densidad e interés que su otra realidad, la de fuera.

El caso es que el bingo enseguida se convierte para Él —ignoramos su nombre— en un refugio y en una adicción tan absurda —“un vicio secreto”— como la de evocar a Ana, su primer gran amor de aquella juventud perdida. Pero este hombre, que es también un gran vitalista porque prefiere añadirle vida a los años y no años a la vida y que se resiste a esa caída lenta del telón a que se resignan sus amigos y colegas, no reprimirá aquel impulso binguero ni renunciará a vivir la personal sonata crepuscular que descubrirá en ese escenario.

En ¡Bingo!, Esther Tusquets narra una historia de amor —que no voy a desvelar— y revela con precisión un pequeño mundo —completamente desconocido para esta lectora— habitado por criaturas muy singulares como lo son la veterana Rosa —con el tiempo, confidente e interlocutora del hombre—, el apodado filósofo de medianoche, un matemático, Celia, la vigorosa Cubana, junto con los trabajadores del local, entre los que destacan el joven camarero Arturo —un personaje espléndido revelado en apenas una página—, Natcha —la secretaria del dueño del local— y Elisa —una de las muchachas de rojo—, ambas protagonistas de una historia erótico-amorosa de signo contrario en más de un sentido.

Todos estos que acabo de nombrar son personajes con una historia propia que se irá filtrando en las páginas de la novela y coprotagonistas de una pequeña intriga que sirve para sostener la tensión final y cerrar la novela. Como es natural, en ¡Bingo! entran también otros personajes-tipo, de corte genérico, que contribuyen a trazar un magnífico cuadro de este pequeño mundo y animar con pequeños incidentes y anécdotas estas páginas: las señoras de mediana edad, un par de gritones bullangueros, un borracho agresivo, parejas de matrimonios o turbas de jóvenes. Pero el espacio es en sí mismo un elemento tan vivo como estas figuras que acabo de nombrar. Y Esther Tusquets traza con precisión y claridad el ambiente de ese escenario, desde las supersticiones y los pequeños hábitos y ritos de los jugadores, la relación personal y apasionada que cada uno de ellos tiene con los números, o las que se van estableciendo entre esas criaturas, pasando por la tipología social o las variaciones de gentes que se suceden según los días y las franjas horarias, además de analizar los signos de esta peculiar adicción.

¡Bingo! es una lectura deliciosa: una novela ágil y viva, escrita con un fino sentido del humor, además de con la lucidez en el análisis de los sentimientos y de las vidas humanas que ya nos había revelado Esther Tusquets en sus otras obras.

Ana Rodríguez Fischer


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