Autor: 21 mayo 2007

Hart Crane: El puente
Traducción de Jaime Priede
Trea, Gijón, 2007

Posiblemente dos de los grandes problemas en la vida de Hart Crane (1899-1932) fueron ser homosexual en una sociedad totalmente homofóbica y ser un temerario borracho en una época de prohibición. A Crane, un Rimbaud de vía estrecha o un Pasolini de vía ancha, le interesaban las aventuras difíciles, anónimas y pasajeras, casi siempre imposibles que, a veces, terminaban en violencia. Promiscuidad que intenta diversificar con la creación del heterónimo Mile Drayton como nombre de guerra. La única relación estable y breve que tuvo en su vida amorosa fue con el sobrecargo de un barco danés, Emil Opfeer, al que conoció en la primavera de 1929. De esta unión quedan los seis poemas de Voyages. Crane iba en busca de “the secret oar and petals of love”.

Al llegar a Nueva York vivió en Columbia Heights, en el número 110, una casa localizada al final del Promenade, en Brooklyn junto al rumor del río, de los muelles y del puerto y cerca del otro rumor: el de los marineros y trabajadores portuarios. Desde la ventana donde tenía la mesa de trabajo, Crane veía el puente de Brooklyn. Por esta misma ventana años antes, el ingeniero Roebling observaba la construcción del puente.

Si el puente fue el paisaje cotidiano de Crane, de su estética destructiva y fatal, también fue una metáfora en la vida del poeta. The Bridge fue, para unos, una bocanada de aire fresco en el panorama literario, una pasarela entre la figura patriarcal de Walt Whitman y los miembros de la generación beat. (Destacaríamos a Allen Ginsberg, autor de Howl, un poema largo y clave en la poesía norteamericana). Para otros fue o es un poema frustrado. Willian Logan, un poeta y profesor, acaba de escribir en The New York Times, entre otros juicios, que muchos creen negativos y escandalosos, el siguiente: “Much of The Bridge seems inert now —overlong, overbearing, overwrought a Myth of America conceived by Tiffany and executed by Disney”. Un puente demasiado largo, pesado, recargado, un mito americano creado por Tiffany y llevado a cabo por Disney. Un puente que todos deberíamos cruzar.

El puente de Brooklyn tenía todos los elementos sociales, morales, políticos, religiosos, económicos y arquitectónicos para ser un “personaje” en la mirada de Crane. Como obra arquitectónica intentaba ajustar el poder de América con elementos religiosos combinando la madera con la piedra y con el hierro, mezclando pesados estilos “clásicos” con desafiantes equilibrios. Y lo que fue más importante: abrir un “camino”, romper una brecha que iba a unir una ciudad llamada Brooklyn con otra llamada Manhattan.

Gracias a la versión de Agustí Bartra (Plaza y Janés, 1973), muchos de nosotros nos pusimos en contacto con la poesía de Crane y con la de América. Ahora Jaime Priede nos ofrece otra versión que descubrirá a los jóvenes de hoy el poder y la fuerza de unos de los libros claves en la poesía contemporánea. Un trabajo ejemplar, minucioso y preciso que combina el aspecto formal con la importante fachada semántica del poema. La traducción es poderosa, con un gran vigor y con excelentes momentos:

Yes, Walt,

Afoot again, and onward without halt.-

Not soon, nor suddenly. —No, never to let go

My hand

in yours,

Walt Whitman-

so-

Sí, Walt,

de nuevo en camino, siempre adelante, sin descanso.

No será pronto ni de repente, no, nunca soltaré

mi mano

de la tuya,

Walt Whitman.

Así…

Hay que destacar la modélica foto que nos muestra a un Crane entre agresivo y desafiante, la clara introducción y las oportunas notas finales. El puente, editado por Trea, con cubierta de Marina Lobo, es una obra difícil y oscura, a pesar de que Crane creyera todo lo contrario. Para salvar tantos momentos casi imposibles de traducir e iluminar tanta oscuridad, el traductor sacrifica, a veces, imágenes, guiños, giros, metáforas o detalles muy concretos en aras de una mayor claridad, que es una de las mayores virtudes de esta traducción. Traducir es, sobre todo, iluminar. Es consciente de esto Priede: “Traducir un poema de esta extensión y con el calibre retórico que lo sustenta supone un reto del que es muy difícil sustraerse a la frustración”. Frustración que después de una atenta lectura se convierte en una hoguera de grandes logros.

Priede traduce e interpreta a un clásico americano con una nueva sensibilidad y el resultado es una obra indispensable que servirá de guía y ejemplo para futuras generaciones. La estética de Crane, el gesto final, la mística del Puente de Brooklyn, sus conexiones con una subcultura minoritaria y peligrosa apelan a una juventud romántica, maldita y canalla. Crane supo nadar entre la realidad y el deseo, entre el alcohol y los urinarios de Manhattan y, sobre todo, supo cómo quitarse la chaqueta, doblarla cuidadosamente y, en pijama, arrojarse desde el SS Orizaba al océano en busca del horizonte y de los tiburones.

Hilario Barrero


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