Jaime Muñoz Vargas (Gómez Palacio, Durango, México, 1964) es maestro, periodista, editor y narrador. Entre sus libros destacan las recopilaciones de cuentos El augurio de la lumbre (Premio Nacional de Narrativa Joven, 1989) y Ojos en la sombra (2007), así como las novelas El principio del terror (1998), Juegos de amor y malquerencia (Premio Jorge Ibargüengoitia, 2001) y Las manos del tahúr (Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo, 2005). Es autor de la columna «Ruta Norte» en el periódico La Opinión Milenio. Coordina el taller de narrativa en el Centro de Rehabilitación Social (Cereso) de Torreón, Coahuila, ciudad donde reside. Sus piezas breves aparecen recogidas en La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico (Menoscuarto, Palencia, 2005), de David Lagmanovich.
Coordinado por Gemma Pellicer y Fernando Valls
Microrrelato total
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, y en medio del camino de la vida, errante me encontré en una selva oscura cuando frente al pelotón de fusilamiento el coronel José Aureliano Buendía recordó aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo a él, que solo deseaba confesar que vino a Comala porque le dijeron que acá vivía su padre, un tal Pedro Páramo, declaración expresada la candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, apenas poco después de que Gregorio Samsa despertó convertido en un escarabajo, preguntando como loco, a gritos y con una pena extraordinaria, ¿en qué momento se jodió el Perú?
Un profesional
El espejo de su camerino le devolvía ya algunas incómodas arrugas. Había pasado el tiempo de sus mejores años, de sus maratónicas sesiones de filmación, cuando era capaz de salvar, sin apuro, hasta cuatro duras secuencias en una sola mañana de trabajo. Pero el espejo no mentía: ya era un actor viejo, curtido en el oficio, y era urgente pensar en el retiro. En esas reflexiones se ocupaba cuando oyó el llamado de la escena. Se puso de pie, se tumbó la toalla de la cintura y, entre cámaras y soportes de audio e iluminación, junto a la mirada aburrida del staff, avanzó tratando de no pisar los cables, desnudo.
Pesadilla
a la memoria de Rogelio Villarreal
Huerta
Esta es mi pesadilla: los humos cunden ya por todas las habitaciones. El calor, amigo íntimo del fuego, cubre el interior del aposento con cruel voracidad. Bastan unos minutos para que la sala y la cocina sucumban al embate de las llamas. Sigue la lumbre su andanza despiadada. Toca su turno a un pasillo estrecho; cinco cuadros —un óleo, dos acuarelas y dos grabados— se desvanecen en cenizas desde la pared al mármol del corredor. Los latigazos de fuego se cuelan hacia el baño; las toallas y un tapete muy afelpado son apenas bocadillos para el hambre del incendio. En este punto la lumbre se detiene y duda un instante entre avanzar hacia la habitación en la que duermo o hacia la biblioteca. La pesadilla entonces me atiza sus enconos: el fuego elige la recámara en la que yo, dormido, sueño en el incendio de mi casa mientras duermo. Es una pesadilla benévola. Mientras mi cama es tragada por las llamas y padezco el achicharramiento de la piel, la biblioteca permanece incólume pues el fuego me da tiempo para despertar y ver que yo puedo morir incinerado; mis libros, nunca.
Independencia
Tuvo todo para vivir holgadamente el resto de su vida, pero renunció a ese destino tan insípido, tan poca cosa. Hoy, dueño de todos sus movimientos, de toda su hambre, de toda su soledad y de toda su piojosa comezón, era feliz. Tenía ya el inmenso lujo de vivir sin ningún lujo.
Contra tirios y troyanos
Para cerrar con broche de oro, todos pusieron su granito de arena con el fin de erradicar —costara lo que costara, de una vez por todas, contra viento y marea, sin dar ni pedir cuartel— los lugares comunes.
Silencio
Con Sangre en el río, novela de 800 páginas, continuó la saga de los Bermúdez Luquín que comenzó hace veinte años. Aparecieron en ese lapso Familia en el abismo, Bosque de maldad, La espera taciturna, Cartas al vacío, Víspera de la ambición, Territorio enemigo, La puerta inexistente, Límites del encono, Marejada, Rojo en la niebla y Humo violento, novelas que ya configuraban, todas juntas, un mundo narrativo de dimensiones balzaquianas, diez mil páginas de violencia, amor, celos, heroísmos y traiciones en torno a los miembros de la familia Bermúdez Luquín. Para escribir eso necesitó silencio, soledad, aislamiento pleno. Siempre fue un hombre de pocas palabras.■