Autor: 7 noviembre 2007

Traducción e introducción de Carlos Pranger

Gerald Brenan (1894-1987), autor de obras esenciales para comprender la España contemporánea como son El laberinto español, La faz de España o Al sur de Granada, es considerado uno de los hispanistas más importantes del siglo pasado. Su vida, erudita y bohemia, gravita alrededor de dos mundos contrapuestos: la clasista Inglaterra de principios del siglo xx y el descubrimiento de España y Andalucía, lugar de exilio voluntario y que acabó siendo su tierra de adopción.

Al sur de Granada, su obra más conocida, es un libro seminal, una referencia indispensable para la etnografía moderna, en el que se recoge la estancia de Brenan en una pequeña aldea perdida en la Alpujarra granadina a principios de los años veinte. Hoy día es un clásico consolidado del que se cumplen 50 años de su primera edición inglesa. Pero Gerald Brenan no es solo Al sur de Granada o El laberinto español, hay más. Aunque en su vejez el autor se aficionó a las lumbres que consumieron parte de su legado, han sobrevivido relatos, cartas, poemas y diarios, en parte inéditos y que después de tantos años todavía esperan editor.

Entre estos escritos destaca, junto a los epistolarios y la poesía, The Diary Related to Dora Carrington. En las últimas páginas de este diario, utilizado en algunos pasajes de su autobiografía Memoria personal, Brenan relata las trágicas muerte de la pintora inglesa Dora Carrington y del eminente crítico y biógrafo Lytton Strachey. Además, añadió, a modo de conclusión, otro texto de 1932 y rematado en 1974 titulado Dreams about Carrington’s Death, donde Brenan, influenciado por el auge de la teoría del psicoanálisis y la interpretación de los sueños de Sigmund Freud, describe e interpreta sueños propios sobre la muerte de Carrington y Strachey.

Bloomsbury no era solo un grupúsculo de señeras figuras como Virginia Wolf, E. M. Forster o John Maynard Keynes, también giraban a su alrededor un gran número de carreteras secundarias estrechas, sinérgicas y entrelazadas entre sí. Este fue el caso del cuarteto formado por Gerald Brenan, Dora Carrington, Ralph Partridge y Lytton Strachey que, al mismo tiempo, también era un miembro distinguido del grupo principal. Sus relaciones fueron una representación teatral, un inmenso despliegue epistolar —Gerald Brenan escribió cerca de cuatro millones de palabras en cartas— repleto de episodios de todo tipo. Gerald, al igual que Ralph, estaba enamorado de Dora, que acabaría casándose con Ralph, pero ella profesaba un amor imposible por Lytton, homosexual reconocido que, a su vez, sentía una tremenda atracción por Ralph. Este culebrón, digno de la mejor sobremesa, acabó en trágicas circunstancias.

Dora Carrington, pintora talentosa e impulsiva, fue el gran amor romántico de Gerald Brenan. Se conocieron en 1919, el romance fue breve y realmente no se vieron mucho, pero mantuvieron por correspondencia una especie de amor con tintes oníricos o, más bien, desamor destructivo. La etapa alpujarreña de Brenan es crucial para entender esta extraña relación. Yegen fue todo un descubrimiento. Se puede afirmar que Brenan fue hasta cierto punto feliz porque se sintió liberado y partícipe de la vida real que se le negaba en Inglaterra, pero no dejaba de ser un extraño en el pueblo y sufría periódicamente devastadores estados de soledad y aburrimiento. Fueron las cartas de Dora Carrington las que le ayudaron a perseverar en sus intenciones de quedarse y ser poeta. Volver a Inglaterra hubiera significado la claudicación, el arrodillarse ante un padre militar y autoritario que desaprobaba de un hijo con vocaciones literarias.

Uno de los capítulos más entretenidos de Al sur de Granada es la visita que le hicieron a Brenan sus amigos, Dora Carrington, Lytton Strachey y Ralph Partridge, en los primeros años veinte. Strachey cruzó media Alpujarra, desde Lanjarón a Yegen, tumbado boca abajo sobre una mula, observando con pánico los profundos barrancos del camino, y soportando, a su vez, el dolor de unas almorranas. El colmo para él, tras el tortuoso viaje, fue ver el retrete de la casa alpujarreña de Brenan, una silla-agujero que evacuaba directamente a un corral de gallinas. El cuarteto comenzó a desmembrarse en 1932 cuando a Lytton Strachey le diagnosticaron una dolencia estomacal, posiblemente un cáncer, y murió al poco tiempo. Este funesto acontecimiento sumió a Carrington en la desesperación y, como todos intuían que ocurriría, incluido Brenan, se suicidó de un disparo mal dado en el costado cinco días después de la muerte de Lytton.

Aunque el cuarteto, especialmente Carrington, le produjo a Brenan no pocas pesadumbres, dolor, tristeza y males de amor —algo tan difícil de curar—, en el fondo parecía disfrutar con este tipo de relaciones complicadas y tremebundas, pues poseía cierto gusto masoquista por el dolor, no solo físico, además era un chismoso de primera clase, un voyeur al que le encantaba observar y describir la vida de los demás. En el texto que presentamos a continuación Brenan habla de sí mismo, de sus amigos, del inconsciente y del inaccesible mundo de los sueños. Es un Brenan diferente, íntimo, una parte no visible a simple vista del excéntrico inglés que arribó en la Alpujarra buscando su propio camino en la vida.

Descripción de la muerte de Carrington

(Extracto del Diario sobre Dora Carrington,usado por Gerald Brenan en Memoria personal)

El viernes 11 de marzo por la tarde recibí un telegrama que decía que estaba muerta. Alquilé un coche y llegué a Ham Spray esa misma noche.

Se había pegado un tiro aquella misma mañana sobre las 8, perdió la conciencia al mediodía y murió un par de horas después.

Primero apartó su alfombra favorita para no estropearla con la sangre derramada y colocó otra en su lugar para que pareciera que se había resbalado. Luego se colocó de espaldas a la ventana confrontando el espejo para ver en él su posición. Entonces colocó la culata de la escopeta en el suelo, apuntando el cañón hacia su costado y apretó el gatillo. Cómo el arma tenía seguro y se había olvidado de quitarlo, no pasó nada. Esto debió descolocarla, pues al apretar el gatillo otra vez la escopeta no estaba apuntando bien y el disparo arrancó parte de su costado, pero no acertó en el corazón…

Sueños sobre la muerte de Carrington

Por Gerald Brenan

Un sueño sobre Lytton durante su enfermedad, principios de enero 1932

Soñé que se había hundido una vez más en el territorio más bajo en el que la vida puede ser conservada y cuando todos, incluso Carrington, habían perdido las esperanzas en él, se repuso, siguió mejorando y finalmente se recuperó.

Cuando se encontraba lo suficientemente bien para describir sus experiencias, facilitó esta explicación sobre su colapso repentino:

Se me ocurrió que el probar una enfermedad y recuperarme después de tan largo tiempo serviría para averiguar que mis amigos, las personas que más quiero, habían agotado todo su afecto durante el prolongado suspense de mi convalecencia y que carecían de sentimientos de cualquier tipo hacia mí. Esta idea me descorazonó tanto que decidí que no merecía la pena seguir luchando. Sin embargo, en el punto más bajo, cuando estaba cara a cara con la muerte, se me ocurrió esta otra idea. Si muero ahora en esta crisis se imaginarán que me quisieron mucho más que en la salud y se enorgullecerán de la fuerza e intensidad de sus sentimientos. Por lo que estarán, a mi costa, doblemente vivos y yo, de la misma manera, doblemente muerto; una situación del todo indeseable. No, me recuperaré, y desarrollaré unas paredes estomacales nuevas y más jóvenes, con lo que adquiriré sin esfuerzo amigos nuevos y vigorosos que vendrán a sustituir a los desgastados.

Este sueño, me dije a mí mismo, se puede llamar «Los deseos plenos de una hombre precavido».

Un sueño, noche del 31 de marzoal 1 de abril de 1932

Soñé que había visto a Lytton, alto y solemne, vestido entero de negro. Él me dijo: «Tengo que atender una ceremonia importante —muy importante— y no tengo la ropa adecuada. Devuélveme mi capa». Le alargué la capa negra que yo llevaba sobre el brazo.

«Este es el lado equivocado», dijo, y le dio la vuelta. Entonces vi que el otro lado era de color rojo sangre.

Segundo sueño, noche del 31 de marzoal 1 de abril de 1932

Soñé que estaba de pie sobre una escalera de mármol interminable que descendía desde el mundo de los vivos hacía el mundo de los muertos inmemoriales. En un lado, de pie, como estatuas griegas, unos cadáveres sostenían antorchas o lámparas. Carrington estaba entre ellos y su mano inánime sostenía un cubo vacío. Comprendí que si antes del alba conseguía llevar el cubo hasta el pozo al pie de las escaleras, llenarlo, volver a subirlo y arrojarlo sobre ella, volvería a hablarme. Lo cogí, aunque era muy pesado, y comencé descender por las escaleras, determinado a perseverar, con todo lo duro que pudiera ser, hasta la mañana. Tras unos momentos, comenzó a clarear el día y me encontré otra vez en lo alto de la escalera y podía escuchar a Helen hablando. Grité para atraer su atención, pero hablaba tan alto con Baba que no me escuchaba.

Al despertar comprendí que el agua que había extraído del pozo al pie de las escaleras era la memoria.

En otro sueño que siguió a este recordé otros sueños de noches anteriores y que durante el día eran inaccesibles para mí. Cada noche, desde su muerte, he descendido como Eneas a la tierra de los muertos, incluso si durante el día aparentaba haberla olvidado. Mis noches, de hecho, forman, como los días, una serie interconectada, por lo que dos personas diferentes parecían vivir, codo con codo, en mi cabeza.

Tras reflexionar, añadiré que este sueño parece una excusa trazada para paliar la dificultad que he tenido para darme cuenta de que Dora Carrington está muerta; en otras palabras, mi indiferencia.

Sueño, octubre de 1932

Estaba hablando con Carrington y curiosamente yo sostenía una pistola. Me pidió que se la prestara un momento. Le dije: «Promete que me la devolverás», pues sospechaba de sus intenciones. Juró, cogió la pistola, y primero me apuntó a mí y luego a sí misma, disparó y se desplomó fulminada.

Desde entonces he soñado a menudo con ella y, aún hoy, treinta y seis años después de los hechos, sigo soñando con ella. Mis sueños desde hace mucho tiempo poseen la misma forma. Estoy andando con un sentimiento de excitación reprimida por el césped de una casa del siglo xvii, vieja y gris, que se aposenta al lado de un ancho río. Entro por una puerta lateral en una habitación larga y de techo alto. Ahí está ella, lleva puesto el mismo vestido verde esmeralda de seda de Shantung que había llevado en Watenlath y que luego me regaló. Soy consciente de los sentimientos intensos y conmovedores que solo los sueños pueden proporcionar, lo que me hace emocionarme hasta los huesos como al escuchar una canción del Wintereise de Schubert y entonces el sueño concluye. Me despierto lleno del sentimiento irrecuperable de dulzura y belleza que acompañaba a aquellos días. (1974).

Aquí terminan los sueños, pero al estar inmerso en el tema, anotaré un poema que escribió mi mujer Gamel poco después de la muerte de Carrington, pero que dejó sin corregir.

Para DC

No te dejaron morir

la muerte que tú querías.

¿Por qué te retuvieron cuando

estabas enferma?

A través del gran bosque cansada y sola

largo tiempo persiguiendo cada piedra pulida

arrojada con tu hermano cuando el día era joven.

Pero al acercaros, el ogro soliviantó

cenizas y polvo. No encontrabas el camino,

te habrían retenido, retrasar tu partida un día.

Viste el bosque, inmenso y sin senderos.

Conocías un desiertovacío más allá.

Las voces eran fatigosas para escuchar,

relatando la misma historia en el oído inconsciente.

Había un estanque oscuro en el cantero del jardín.

Otros lo han visitado y han regresado en terror.

Dicen que si nos zambullimos con audacia

sobrepasaremos el agua y mantendremos nuestra vida

entraremos en un jardín donde una fuente fluye

en recipientes de mármol, dónde crece un limero.

Nadie cree, uno puede olvidar,

tocamos el borde y volvemos con los dedos mojados,

pero tú te sumergiste, en las aguas frías, oscuras, profundas

que descienden al sueño.

G. W., marzo de 1932■


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