Autor: 21 junio 2008

José Ricardo Morales. Postrimerías

Fundación Jorge Guillén, Valladolid, 2007

Existen ciertos libros que solo necesitan de un índice para cautivar el deseo de cualquier lector: La corrupción al alcance de todos, Las horas contadas, Recomendaciones para cometer el crimen perfecto… son solo una pequeña muestra del último teatro de Ricardo Morales, recogido aquí bajo el título de Postrimerías. Siete textos en los que la mera presentación de los hechos ya es de por sí sugerente, útil, eficaz; porque independientemente de lo que nos podamos encontrar, ya estamos ante una gran idea: tres personajes que debaten acerca de quién es el hombre al que deben enterrar; una mujer que dice hablar con los verdaderos actores de su drama: el público asistente; un hombre que habla solo junto a su cama, en medio de una calle desierta, en el vacío distante de la noche; una momia que medita sobre el poder y la ambición… Teatro de la sorpresa y la palabra, del símbolo, donde el texto cobra primacía ante la acción: un teatro en brazos de la renovación y el compromiso.

Gusta Morales de la confusión de planos, del metateatro, de la teorización sobre la escena misma. Siempre bajo el mismo tono, presenciamos la aspiración del hombre ante la obra perfecta, acechando al infinito bajo la efímera palabra, siempre en el terreno de la abstracción, en ocasiones surgiendo las obras no como textos, sino como pretextos para una filosofía determinada. Siempre dejando bien claro cual es esa finalidad última, en qué consiste todo este deseo por entender y dominar a una sociedad que le angustia y nos oprime. Como dice Mujer en Las horas contadas «su verdadera finalidad consiste… en no tener ninguna. […] Nada. No sirve para nada. La obra no sirve: es».

La conversación con el público aparece aquí como algo imprescindible. Puede que entre todas ellas, Hay una nube en su futuro sea su obra más lograda, la más ambiciosa. En ella se revisa el mito de aquel antiguo Prometeo, transmisor del poder y la razón a los hombres, para otorgarle ahora un nuevo sentido: en este caso son los propios hombres, hastiados en su grandeza, quienes devuelven el poder a los dioses. Se invierte, por tanto, el mito. Obra llena de simbolismo, de agradable lectura y difícil comprensión, donde el objetivo no es un público amplio, sino un público que entienda y sepa transmitir esa aparente oscuridad verbal.

Por otro lado, si algo pudiéramos matizar quizá sería ese mismo placer por la expresión, cuando el autor se centra en sí mismo y deja a un lado público y obra. Hay en Rosales un continúo esfuerzo por descubrirse, por descubrirnos, y para ello utiliza todo el poder de sus personajes. Pero uno a veces tiene la sensación de que no existe autonomía en ellos, que tras ellos siempre acecha la personalísima voz de su autor al evidenciar, en ocasiones, siempre los mismos temas. Sin embargo, un autor permanece sólo en sus mejores obras, y tras una segunda lectura, el mejor Rosales aparece como un autor necesario: «Los precursores llegan siempre tarde. En este mundo lo importante no es llegar el primero, sino llegar a tiempo. Y para llegar a tiempo hay que llegar después».

Néstor Villazón


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